14 MAY 2015.- “Somos una empresa de soja que monetiza con soja”. Con un chiste que hacía alusión a la extraña jerga de Silicon Valley, el hombre de campo Gustavo Grobocopatel se hacía perdonar hoy su participación en Red Innova, el evento que reúne esta semana en Buenos Aires a los protagonistas de la Internet y el emprendedurismo local. Dedicado a una actividad económica milenaria, el dueño de Los Grobo se enfrentaba al desafío de hablar sobre innovación después de la charla de Alec Oxenford, pionero del movimiento start-up argentino por DeRemate.com; y antes de Máximo Cavazzani, creador de la millonaria aplicación Preguntados. No defraudó. En el Buenos Aires Design, Grobocopatel entusiasmó a su audiencia con la idea de fabricar plantas a partir de cromosomas, con la posibilidad de recibir por mail el diseño de los medicamentos (para ser materializados en casa con una impresora 3D), y con la tradición creadora del campo argentino, donde“cien mil productores innovan a la vez”.
– Con la revolución de las start-ups se instaló la idea de que la innovación depende de emprendedores brillantes, ¿no es así en el campo?– le preguntó Clarín.
– El emprendedor brillante es necesario porque impulsa y genera transformaciones. Tiene que haber, claro. Pero hay que tener cuidado con esa idea porque aleja al emprendedurismo de lo cotidiano y del común de la gente. Y eso no es cierto. Cualquiera puede ser emprendedor. Vos podés emprender con productos nuevos o haciendo productos viejos de distinta manera. Yo produzco soja, que tiene 5 mil años; y trigo, que tiene 4 mil. La innovación está en la forma. El emprendedurismo habita dentro de cada uno y es una fuente de vitalidad y optimismo. Debe ser popular para que transforme.
– ¿El campo tiene más presente que la innovación es colectiva?
– En el campo se dan cuestiones particulares. Los que producimos soja no competimos entre nosotros. El mercado es tan grande que no importa lo que produzca el de al lado. Vos con el de al lado compartís tus innovaciones y tus ideas. No hay patentes. Todo el mundo copia lo que hace el otro y no hay problema. Quizá en el campo, más que en ninguna otra industria, es donde mejor se demuestra que tener poder es compartirlo.
– Mencionó en su charla que Argentina fue un referente de innovación agropecuaria para los brasileños, ¿ya no?
– Sí. En el año 2008 seis de las diez mayores empresas de agronegocios de Brasil estaban gestionadas por argentinos. Por la década del 90 y por la última década, nosotros ya teníamos la experiencia de gestionar grandes extensiones agrícolas y de integrarnos a los flujos globales de capital. Había managers abundantes y mejor preparados que los brasileros. Ahora cambió eso. Desde el 2008 hubo una crisis importante en el campo que afectó a los emprendedores locales. Muchos de estos emprendedores tuvieron que arriar bandera. Tuvimos una lindísima oportunidad de hacer grandes multinacionales argentinas y la perdimos.
– ¿Por qué estaban mejor preparados los managers argentinos?
– La estructura productiva de Brasil era de explotación de tierras propias y nosotros teníamos más experiencia de trabajar sobre tierras arrendadas, que tiene un uso del capital más eficiente. Por otro lado, el campo argentino es un lugar con un nivel de emprendedurismo y juventud muy superior al del resto del mundo. Todo esto generó una sofisticación en la gestión, con incorporación masiva de software, de integraciones en las cadenas de valor, y de innovación organizativa. Todo eso hizo que fuéramos más competitivos que los brasileros, que llegaron un poco más tarde.
– ¿Cuánto pesó la mayor universalidad del sistema educativo argentino?
- Eso fue un capital humano que se hizo con el paradigma del Siglo XX. Ahora tenemos que empezar a generar un nuevo movimiento Sarmientino del Siglo XXI. En los últimos años ha habido inversión en educación y en ciencia, pero no tuvimos los resultados que esperábamos tener. Fue una inversión reparatoria y ahora hace falta transformarla en una inversión revolucionaria./ clarín.com.ar