22 OCT 2014 Abel levanta la vista, mira alrededor de un local semivacío y cuenta: “Acá antes había unas 70 personas al mediodía; ahora son 10 o 12”. Lo dice resignado, fastidiado. Abel atiende en un restaurante ubicado sobre la ruta 9 y ensaya una explicación por la baja en el número de comensales en un lugar por donde pasan viajantes, vendedores de insumos para el campo, camioneros, productores agropecuarios, turistas. “La causa de lo que estamos viviendo no es que ahora por acá pasa la autopista. No. Es por la terrible caída del precio de la soja”, afirma.
A 20 kilómetros de esta ciudad, en Las Parejas, en la concesionaria multimarcas de Matías Filomeni no hay nadie consultando por el precio de un auto o una camioneta. Pasan los minutos, y nada. Ningún interesado. No es hoy: es todos los días. A Filomeni sólo lo acompaña un amigo. “Desde enero sólo vendí dos chatas, cuando debería estar en 10 o 15. Los gringos ya no compran nada”, cuenta. Las chatas son las camionetas, cuya demanda, según Filomeni, está en franco descenso. No es un dato más: las chatas fueron uno de los símbolos del boom de la soja.
Fernando Tomasini, un productor de la zona, confirma con su caso esta tendencia: “Este año la idea era cambiar la camioneta, pero hemos desistido”.
En Armstrong y Las Parejas, dos ciudades del sur santafecino con poco más de 12.000 habitantes, centro del mayor polo de fabricación de maquinaria agrícola y de tierras ricas y altamente productivas, hubo una época en que la soja generó una revolución, como en prácticamente toda la pampa húmeda.
Fue entre 2004 y principios de 2008. Con la bonanza de los altos precios internacionales, el productor invertía y con él se beneficiaba la actividad comercial local; las industrias de maquinaria agrícola no daban abasto, y hasta faltaban operarios para cubrir puestos. A pasos acelerados crecían los proyectos de construcción. Todas las actividades vinculadas con el agro vivían un frenesí.
En 2008, la pelea del Gobierno con el campo por las retenciones móviles enfrió ese clima, algo que se agravó en los últimos años. Y la fenomenal baja del precio de la soja desde mayo pasado fue el golpe de gracia. En el Mercado de Chicago, la oleaginosa pasó de 558,06 dólares por tonelada a fines de mayo a 334,46 a fines de septiembre.
Cayó 223 dólares. Mientras tanto, aquí, descontadas las retenciones, retrocedió en el mismo lapso de US$ 331 a un piso de 261. Bajó 70 dólares por tonelada y los productores vieron cómo se desvalorizaba su última cosecha, con casi 21 millones de toneladas aún sin vender, en casi US$ 1500 millones. Pero, además, a los productores se les abrieron interrogantes en la nueva siembra que ya ha empezado.
De maná para el productor y cientos de ciudades como Armstrong, Las Parejas o Bell Ville, esta última en el sur de Córdoba, la soja se hizo un pochoclo. Con ingresos restringidos, el productor invierte menos y esto repercute en toda la actividad. Cae la producción y la venta de maquinaria, se reduce la jornada laboral, los trabajadores tienen menos dinero para gastar, la actividad en los comercios se resiente, de los concesionarios ya no salen camionetas como antes, en las parrillas a la vera de las rutas hay muchas mesas vacías…
“La rueda del campo se transformó en no virtuosa”, resume Cristián Zárate, un productor de Armstrong, para graficar el impacto que tiene la brutal caída del precio de la soja.
Si Abel en el restaurante o Filomeni en el concesionario miden el efecto cascada de la soja por la menor cantidad de comensales o las pocas camionetas que se comercializan, Analía Conese, integrante de una familia que tiene un supermercado al que van operarios de fábricas de maquinaria al mediodía, cuando termina el turno de la mañana, tiene otro termómetro para hacerlo. “Notamos que disminuyó la cantidad de empleados que vienen de las fábricas a comprar comida elaborada”, apuntó esta supermercadista de Las Parejas. “También cambiaron los hábitos de consumo en general. De los vinos buenos se pasó a las bebidas más económicas.”
En el Centro Comercial y de Servicios de Las Parejas, un zapatero que tenía un mes completo para la reparación de zapatos usados pasó a tres meses. Vende menos calzados nuevos y repara más. Es otra particular forma en que se manifiesta aquí la menor actividad.
Gustavo Garnica, presidente de esa entidad, le pone números a la baja del consumo. Muestra una estadística de una entidad regional que agrupa a 33 centros comerciales del sur santafecino, que muestra una merma desde enero de entre 5 y 8% en el sector comercial en general. Sin embargo, dice que el motivo no es tanto el precio de la soja, sino “la inflación, que golpea el bolsillo de la gente”.