22 Jun 2015.- Un escritorio a la antigua: grande, de madera. Un sofá negro, sólido, mullido, tapizado de cuero. Dos sillones individuales, también robustos. Pertenecían a Herminio Arrieta (1900-1970), quien, en 1945, heredó de su suegro, Enrique Wollman, la conducción del Ingenio Ledesma. Los tenía en su casa, en el despacho en el que Herminio —presidente del Partido Popular, el bastión jujeño de los conservadores— mantenía sus reuniones políticas, reservadas y, sobre todo, alejadas de la empresa. Hoy, son el mobiliario de la oficina de su nieto: un espacio sobrio, despojado de opulencia, relativamente chico —unos 5×5 metros, a lo sumo—, en el que, no obstante, destaca Venecia (II), fechada en 1978, obra de Raúl Russo (1912-1984), artista cuyos trabajos llegaron a orillar los u$s 200 mil de cotización. En cierta manera, esos viejos muebles simbolizan el lema que el visitante lee ni bien sale del ascensor, en el 11º piso del edificio corporativo de la avenida Corrientes y Reconquista: “Continuar la obra, conservar la tradición”. Grabado en la pared, escoltado por banderas: la argentina y la de Jujuy.
El 23 de septiembre serán dos años desde que el directorio de Ledesma eligió a Carlos Herminio Blaquier Arrieta como presidente. Nacido el 8 de julio de 1954, abogado, egresado con diploma de honor en la Universidad de Buenos Aires —donde, luego, también estudió Administración—, recibió la antorcha que su padre, Carlos Pedro Tadeo Blaquier Estrugamou, mantuvo en alto durante 45 años. “Como dice Papá, él fue un ‘azucarero consorte’”, resume la historia de quien lideró los intereses de la dinastía tras el deceso de Herminio. Filósofo y abogado, el polifacético páter familias, de 87 años, sucedió a su suegro en 1970 y, durante las cuatro décadas siguientes, le puso a la firma su propia marca. Charlie —como propios y extraños llaman al actual presidente para distinguirlos— no está solo en su tarea de perpetuar el legado. Lo acompañan tres de sus hermanos: Santiago (vicepresidente), Alejandro e Ignacio (ambos, directores titulares). Al board, además, ya se sienta la tercera generación: Juan Ignacio Pereyra Iraola, hijo de María Elena (Mimi), la mayor de los cinco herederos que Carlos Pedro tuvo con María Elena Arrieta Wollman. O, simplemente, Nelly Arrieta de Blaquier en los salones de la alta sociedad y del ambiente cultural. “Ledesma nos viene por el lado de Mamá y los campos, por el de Papá. Y, hoy, ambas cosas están bajo una misma sociedad”, resume la generación al mando. La familia controla del 90,4 por ciento del capital de la empresa, según datos de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, al 10 de abril último. Responsable de 8 mil empleos, sus negocios de mayor volumen son el azúcar, el papel para impresión, los cuadernos y los útiles escolares. Pero también produce frutas, jugos concentrados, carne, cereales, alcohol, bioetanol, jarabes y almidones de maíz. En su balance al 31 de mayo de 2014, facturó $ 4.666,4 millones y ganó $ 166,78 millones. Con su año fiscal recién cerrado —lo que hace que, al cierre de esta edición, los datos no estén disponibles hasta tanto se anuncien al mercado—, en el ejercicio de 9 meses, fechado al 25 de febrero último, las ventas crecieron 25,6 %, a $ 4.246,9 millones en términos interanuales, con un resultado neto de $ 43,2 millones (casi 50 % menor). “Nuestra misión es pensar en la Ledesma de los próximos 20 años”, confirma Santiago, el vicepresidente. Administrador de empresas (Universidad Católica Argentina), también nació en julio —el 26— pero 14 años más tarde que su hermano. Cuarto retoño del árbol —Alejandro es de 1957—, llegó, literalmente, de París: en 1968, meses después de que sus padres hicieran un viaje de placer a la Ciudad Luz. Las primeras vacaciones que Carlos Pedro se tomó en ese lapso lejos de las nurseries, cuenta. “Hace 6, 7 años, que estamos en un proceso de profesionalización. Implicó que la familia salga de la línea ejecutiva —Charlie llevaba una década como gerente General, yo manejaba el negocio de Fruta— pero siga en los cargos directivos. Debemos pasar de casi 90 años de un esquema de dueño único a ser conducidos por un órgano colegiado, como es el directorio”, amplía. “El otro gran desafío es sentar los cimientos de la Ledesma del futuro. En ese proceso estamos”, insiste. “Siempre lo es”, responde, rotundo, cuando se le pregunta en qué medida su padre es fuente de consulta para andar ese camino. “Papá, a Ledesma, no se la puede sacar. Aunque quiera”, retoma el mayor, Charlie. Más adelante, en su charla con Clase Ejecutiva, Santiago reconocerá: “Todos tenemos algo de él y, entre los cinco, sumamos a un Papá”. No disimulan el “orgullo” —así lo definen— que ‘los fabulosos Blaquier boys’ sienten por él. Más que nunca, en el otoño del patriarca. Se percibe que mucho de lo que hacen es en el nombre del padre. ¿Cómo se fueron formando hasta este momento? ¿Cuándo se dieron cuenta de que había un camino trazado y que iba a ser vuestra misión transitarlo? Charlie: La realidad es que nosotros, siempre, respiramos en casa el ambiente Ledesma. Mamá también lo hizo de chica, porque Herminio fue presidente de la empresa hasta que murió, en enero de 1970. Es más, vivíamos en un piso que estaba comunicado: de un lado, nosotros y, del otro, nuestros abuelos. La verdad es que los cinco hermanos fuimos educados y entrenados para trabajar en la empresa. Santiago: Por ejemplo, no conocí la nieve hasta 1984, cuando me llevó Charlie. En todas las vacaciones de invierno, las dos semanas, nos llevaban a Ledesma. De chicos, el programa era ir a recorrer la fábrica, el campo, subirse a una cosechadora, relacionarse con la gente, salir a pescar, a pasear a caballo. Es lo que nos permitió conocerla de una manera distinta, como cada uno lo hace con su casa. Todos hicimos un año mínimo de capacitación ahí, viviendo allá. Por ejemplo, me casé y mi mujer no conocía Ledesma. Le advertí: “Mirá que me tengo que ir un año. De esta colimba no puedo zafar”. Ella no estaba convencida… El día de hoy, se queja de haber vuelto. C: Yo volví de la luna de miel y aterricé en Jujuy. S: Y eso nos permitió conocer a la gente y su idiosincrasia, que es completamente distinta a la de Buenos Aires. Conocer sus inquietudes, sus necesidades, su realidad. A la hora de tomar decisiones en un directorio, completamente alejado, es algo que ayuda mucho. ¿Cómo se fue trabajando esa transición, ese momento en el que sería ésta generación la que tomaría el control de la compañía? C: Tomamos una decisión. Al principio, Papá no estaba muy de acuerdo porque todos estábamos entrenados para trabajar en la línea: Santiago manejaba el negocio de Fruta; yo fui gerente General del grupo casi 10 años. Pero nos dimos cuenta de que los accionistas tenían que salir de la línea. Había que profesionalizar en serio a la compañía. No podíamos tener discusiones en la línea entre accionistas. Yo podía ser gerente General, pero él (señala a su hermano) era tan accionista como yo. En ese aspecto, éramos pares. Esto, al principio, la mentalidad de Papá no lo podía entender. Pero la gran diferencia era que, en su momento, los accionistas eran mamá y él; y acá somos cinco. Entonces, había que manejar otro tipo de relación. Tomamos la decisión de que los miembros de la familia que fueran accionistas no podían ocupar puestos de línea. De a poco, dejamos los cargos ejecutivos y fuimos a tomar posiciones directivas. Ahí quedó claro que nuestra función era estrictamente directiva, y que los profesionales serían los ejecutivos que tomaran las decisiones del día a día./apertura.com.ar