La Batalla de Tucumán fue un enfrentamiento armado librado el 24 y 25 de septiembre de 1812 en el Campo de las Carreras, en las inmediaciones de la ciudad argentina de San Miguel de Tucumán, en el curso de la Guerra de Independencia de la Argentina.
El Ejército del Norte, al mando del General Manuel Belgrano a quién secundara el coronel Eustoquio Díaz Vélez en su carácter de Mayor General, derrotó a las tropas realistas del general Pío Tristán, que lo doblaban en número, deteniendo el avance realista sobre el noroeste argentino.
Junto con la Batalla de Salta, que tuvo lugar el 20 de febrero de 1813, el triunfo de Tucumán permitió a los rioplatenses confirmar los límites de la región bajo su control y consolidar la Revolución Americana.
La victoria de Tucumán y su consecuencia, el triunfo de Salta, son las dos únicas batallas campales que se libraron en el actual territorio argentino, durante la guerra de la independencia. La de Tucumán fue fundamental para la gesta. Detuvo un avance realista que, sin ese hecho, hubiera tenido gravísimas consecuencias.
La mitad de nuestro territorio hubiera sido dominada por los españoles, como prolongación del control del Alto Perú, que ya ejercían tras el desastre de Huaqui. Y hubieran podido conectarse los centros realistas altoperuanos con los de Montevideo. En esas condiciones, es forzoso pensar que no hubiera podido declararse la independencia en 1816, como tampoco armarse la posterior campaña libertadora de San Martín. Sin duda, la liberación estaba en el alma de los pueblos y se habría logrado finalmente. Pero hubiera costado muchos más años y mucha más sangre.
Tras Huaqui, el éxodo
Las cosas empezaron el 20 de junio de 1811, cuando el Ejército del Norte fue destrozado por los realistas en Huaqui, paraje del Alto Perú, como se llamaba la actual Bolivia. La tropa diezmada y hambrienta se retiró hasta Jujuy. Allí, el general Manuel Belgrano asumirá su jefatura en marzo de 1812. Trata desesperadamente de reorganizarla: recluta hombres, castiga sin miramientos y pide ayuda económica -que no llega- al gobierno central, que desde seis meses atrás ejerce un Triunvirato, en Buenos Aires. Para levantarles el ánimo, en mayo, enarbola esa bandera celeste y blanca que había hecho jurar en febrero, en Rosario.
Pero el fervor no alcanzaba para disimular las dramáticas noticias. El general en jefe de los realistas, Manuel José de Goyeneche, quiere lógicamente aprovechar su victoria de Huaqui. Ordena a su primo, Pío Tristán, que termine con el Ejército del Norte. Así, tras aplastar a los patriotas en Cochabamba, Tristán marcha rumbo a Jujuy. El avance mueve a Belgrano a abandonar esa provincia, y ordenar que no quede nada que puedan aprovechar los invasores. El 23 de agosto de 1812, empieza el “éxodo jujeño”: una enorme columna de pueblo que va hacia Tucumán cargando sus pertenencias.
Retirada a Córdoba
Los realistas ocupan la desierta Jujuy y mandan avanzadas para picar la retaguardia de los patriotas en retirada, ofensiva que adquirirá especial violencia en Cobos. Entonces, Belgrano decide emboscarlos a orillas del río Las Piedras (3 de setiembre), en una escaramuza donde les mata una veintena de hombres. El pequeño suceso levanta algo la moral de los soldados. Pero la orden impartida a Belgrano por el Triunvirato es clara. Si los realistas ocupan Salta y marchan rumbo a Tucumán -cosas que ya han ocurrido- debe llevar la tropa y todo el armamento existente a Córdoba. El criterio es que su ejército se una con el que opera en la Banda Oriental.
Belgrano entra en territorio tucumano. Acampa en La Encrucijada de Burruyacu y desde allí envía a la ciudad al teniente coronel Juan Ramón Balcarce, para recoger todas las armas posibles. Puede conjeturarse que el verdadero propósito del encargo era excitar al vecindario para que colaborase con la fuerza.
Los tucumanos se imponen
La noticia de la misión de Balcarce trastorna a Tucumán. Era obvio: veían que el ejército iba a pasar de largo, dejándolos a merced de los realistas, y sin armas. Liderados por los Aráoz, los vecinos principales se reúnen. Una comisión -Bernabé Aráoz, Pedro Miguel Aráoz y el general salteño Rudecindo Alvarado- habla con Balcarce primero y luego se traslada a La Encrucijada. Plantean a Belgrano que es necesario quedarse en Tucumán y enfrentar a los realistas. Le advierten, además, que una negativa podría desencadenar sublevaciones en masa.
Todos los que conocieron al general, están de acuerdo con que jamás esquivaba la pelea. Dijo a los Aráoz que necesitaba 1.500 hombres y 20.000 pesos plata para la tropa, y ellos le ofrecieron duplicar las sumas. Decidió entonces hacer lo que muy probablemente tenía ya pensado: quedarse en Tucumán y dar batalla.
Ciudad movilizada
En los brevísimos días que quedaban, la ciudad se convirtió en un cuartel donde todo el mundo estaba movilizado, sin distinción de edad. Se aprestaron hombres y cabalgaduras, y la escasez de armas de fuego se contrapesó con cuchillos atados a la punta de cañas. Las calles se fosearon y fueron artilladas las esquinas de la plaza. Hombres y mujeres rezaban a la Virgen de La Merced, cuya tradicional festividad se aproximaba. Llegó además una buena noticia: en Trancas, el capitán Esteban Figueroa había apresado a un notorio oficial realista, el coronel Huici, con algunos soldados.
Pero el ejército de Tristán seguía su avance. El 22 de setiembre llegó a Tapia y el 23 acampó en Los Nogales. Eran más de 3.000 hombres veteranos, bien armados y con cañones. Los patriotas apenas sumaban unos 1.800, de los cuales 300 eran veteranos y con armamento bien precario.
Amanece el 24
Al amanecer del jueves 24 de septiembre de 1812, Tristán se pone en marcha. Pero cuando empieza a moverse desde Los Nogales, el incendio de los pajonales de la Puerta Grande -treta armada por una partida de Gregorio Aráoz de La Madrid- lo obliga a torcer y tomar el Camino del Perú. En el puente de El Manantial, despacha un batallón hacia el sur para cortar una eventual retirada patriota. Luego, cruzó el puente y con el grueso de la fuerza rumbeó a la ciudad.
Obviamente, los exploradores tenían informado a Belgrano de tales movimientos. Cuando supo que Tristán iba a entrar por el oeste, colocó sus fuerzas para esperarlo allí, en el llamado “Campo de las Carreras”. Dispuso la caballería en ambos flancos y en la primera línea, y los infantes al frente, en tres columnas. En cada uno de los claros dejados por infantes y jinetes, emplazó una pieza de artillería y una fracción de caballería.
La línea del ejército desplegado ocupaba una decena de cuadras: una punta llegaba hasta el actual convento de Las Esclavas, y la otra hasta Los Vázquez, en el paraje conocido hasta mediados del siglo XX como “Quema de basuras”. Para defender la ciudad, dejó dos compañías de infantes y algo de artillería.
Empieza la batalla
El ejército realista avanzaba confiado, con sus cañones desarmados y sobre las mulas. De pronto, hacia el mediodía, se encontraron con los patriotas listos y formados en línea de batalla. Rápido, trataron de desplegarse a su vez, pero sólo lo consiguieron parcialmente.
Ya avanzaban disparando las avanzadas de infantería de Belgrano, a tiempo que el barón de Holmberg hacía tronar los cañones. El general dio órdenes de cargar a la caballería del ala derecha. Balcarce ejecutó puntualmente el movimiento: cayó por detrás sobre la infantería de Tristán, puso en fuga la caballería de Tarija y desbarató la de Arequipa, que custodiaba los bagajes. El medio millar de hombres de los Dragones y los Decididos de Tucumán, cargó impetuosamente golpeando los guardamontes y dando alaridos. Lástima que se entretuvieron después en el saqueo de bagajes, y ya no contaron para la batalla.
Pero unida esta acción a la eficacia de la artillería derecha y a la de la infantería de Carlos Forest, habían logrado desarmar y hacer retirar a toda el ala izquierda enemiga, en desorden, hacia el puente de El Manantial.
Belgrano es arrastrado
Entretanto, en el centro, las cosas también se mostraban felices para los patriotas. Por un momento, parte de la infantería realista puso en apuros a Ignacio Warnes, pero pronto la reserva, a cargo del intrépido Manuel Dorrego, acudió en su auxilio. La infantería realista empezó entonces a ceder terreno, desamparada como estaba por la derrota de la caballería del ala derecha.
De repente, aquella columna que Tristán había desprendido para bloquear por el sur, volvió para participar en el combate: cómodamente desplegada, acudió en apoyo del ala izquierda realista, que había logrado desorganizar a la caballería patriota de José Bernaldes Palledo, que tenía a su frente. Belgrano, desde la derecha, galopó hacia esa crítica izquierda para mandar que cargaran. Pero cuando llegó, los soldados ya estaban en tumultuosa retirada. No pudo contenerlos y el desbande arrastró al general hacia el sur, sacándolo del campo de batalla.
Inteligente decisión
Fue el momento más crítico. El ala izquierda española, librada de la caballería y apoyada por el batallón extra, arrolló a la columna de infantes patriotas de José Superí. Formó así un martillo sobre la izquierda y se dispuso a atacar.
Todo era confuso ya en el Campo de las Carreras. Había empezado a soplar una tormenta de tierra y aterrizaba una manga de langostas. Tristán, antes arrollado por sus fugitivos hasta El Manantial, reorganizaba a toda prisa su tropa para embestir.
Entonces, el mayor general Eustoquio Díaz Vélez tomó una inteligente decisión. Sus hombres habían capturado la mitad de la artillería enemiga, tenían más de 500 prisioneros y habían roto en tres puntos la línea española. Pero no sabía las consecuencias que podía tener el martillo formado sobre la izquierda, y no podía conectarse con Belgrano. Resolvió entonces replegarse a la ciudad, para poner a buen recaudo la artillería y los presos. Confiaba en resistir desde la plaza fortificada. Además, los patriotas acababan de capturar las columnas realistas de parque, víveres y municiones, que entraron confiadamente al recinto de la ciudad.
Tristán se retira
Tristán, cuando regresó al campo de batalla con lo que quedaba de su tropa ya organizada, lo encontró vacío. Se colocó entonces en las afueras y desde allí envió un ultimátum: o se rendían o incendiaba la población. Díaz Vélez contestó que nunca se rendirían. Empezaron así las horas tensas de la noche del 24 al 25 de septiembre.
A todo esto, Belgrano, con los dispersos del ala izquierda en la zona de Los Aguirre, recibió esa noche informes de Díaz Vélez -enviados por medio de los capitanes Apolinario Saravia y José María Paz- acerca de la situación. Con esos datos y habiendo reunido 600 jinetes, rumbeó, la mañana del 25, hacia la ciudad.
Se acercó a los realistas por el flanco derecho y envió un mensajero a Tristán -a quien había conocido en España- solicitándole que capitulara. El realista rechazó indignado la propuesta, pero no se atrevió a entrar en la ciudad. Disparó unos cañonazos, hizo movimientos “de puro aparato” y, hacia la medianoche, emprendió su retirada hacia Salta.
La batalla había sido ganada y detenido el avance realista sobre nuestro territorio. Cuatro meses después, en el Campo de Castañares, Belgrano volvería a derrotarlo.