11 marzo 2016.- La corrupción y la impunidad son componentes comunes del enojo que sienten los ciudadanos del mundo emergente. Normalmente, esa ira está reprimida en un estado de resignación permanente en el que “así es cómo se hacen las cosas acá, y siempre lo será”.
Por lo tanto, la solidez de las instituciones de Brasil ha quedado demostrada con la investigación por corrupción -centrada en un esquema de coimas multimillonarias en la petrolera estatal Petrobras- que ya lleva dos años y todavía sigue ganando fuerza. La semana pasada, hasta colocó en sus redes sobre el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, quien llegó a ser uno de los políticos más populares del mundo.
El alcance de la purga por corrupción ya era impresionante. La presidenta Dilma Rousseff enfrenta un posible juicio político por haber manipulado el presupuesto. Numerosos directivos de empresas y políticos fueron procesados y declarados culpables. El martes Marcelo Odebrecht, el máximo responsable de la compañía constructora más grande de Latinoamérica, fue sentenciado a 19 años de prisión. La sensación de que no hay intocables en Brasil creció aún más ahora que Lula, tal como se lo llama comúnmente, fue acusado de lavado de dinero. Es difícil imaginar que suceda eso en otros países del grupo Brics tan plagados de corrupción, como Rusia y China.
Por supuesto que si bien la purga puede dejar grandes los beneficios a largo plazo, sus costos inmediatos son enormes. En Brasilia, muchos políticos están sólo concentrados en salvar sus pellejos. Eso hizo que para Rousseff, una presidenta que ya es impopular e incompetente, sea aún más difícil gobernar. La supuesta corrupción de Lula se lo complicará más. Según el derecho brasileño, un juez debe aceptar el caso para que sea formalmente acusado. Sin embargo, Lula se movió con rapidez y convocó militantes de su Partido de los Trabajadores para que lo acompañen; y al mismo tiempo aseguró que las acusaciones tienen motivaciones políticas y subió el riesgo de polarización. Las manifestaciones de este fin de semana en contra del gobierno podrían ser un detonador.
Los efectos económicos son casi igual de serios. Paralizada por la investigación por corrupción, Brasilia no ha podido dar con un plan coherente para suavizar la peor recesión que sufre el país desde los años treinta. Los antipáticos recortes de costos necesarios para reducir el déficit fiscal, que es equivalente a 10% del PBI, fueron dejados para más adelante. La inversión se derrumbó. La confianza del sector privado se evaporó. Con las tendencias actuales, el ingreso per cápita se achicará 6,5% este año, lo que pone en peligro los tan aplaudidos logros sociales del Partido de los Trabajadores. Hasta podrían revertirlos.
Todos se preguntan cómo se paga todo esto. Si la asistencia de los manifestantes el domingo alcanza a los 2 millones que protestaron en marzo, la coalición de gobierno podría colapsar. Los mercados se han recuperado, con la creencia de que este catártico proceso podría derivar en elecciones anticipadas y presagiar un período de políticas económicas sensatas.
Sin embargo, es igual de probable que suceda lo opuesto especialmente a medida que surjan más evidencias de corrupción en las altas esferas. Esto es altamente posible después de que un reciente fallo de la Corte Suprema que exige a los acusados permanecer en la cárcel si cualquier apelación no prospera. (Anteriormente, los acusados podían evitar la prisión presentando apelaciones seriales). La alternativa que tienen los acusados de admitir la culpabilidad a cambio de una reducción de la sentencia, incluyendo quizás Oderbrecht, podría derivar en más trapos sucios lavados en público.
Brasil todavía tiene cierto espacio para respirar. La economía corre cuesta abajo y la deuda soberana está subiendo a medida que los ingresos fiscales se derrumban. Pero no hay problemas financieros urgentes. Los bancos en términos generales están en buena forma. El déficit de la cuenta corriente se está achicando y las reservas externas son elevadas. No es una clásica crisis de mercados emergentes y no hay necesidad de recurrir al Fondo Monetario Internacional, por ahora. Brasil puede cauterizar sus heridas. Cuanto antes lo haga, mejor.
Fuente:/ cronista.com.ar