14 ENE 2015 Parecía el verano soñado por Cristina Kirchner: diciembre pasó sin que ocurrieran los temidos saqueos a comercios ni huelgas de las fuerzas policiales. En pleno enero nadie habla del dólar y, en vez de protestar airadamente, la población disfruta de sus vacaciones, tanto en los centros turísticos locales como en los del exterior.
Hasta parecía que el clima iba a ayudar a pasar un verano sin cortes de energía. Con un diciembre lluvioso, las interrupciones fueron escasas y, en todo caso, no despertaban la antigua ira de una población que ya parecía vivir un proceso de acostumbramiento a estos inconvenientes.
Tanta era la satisfacción, que la Presidenta se permitía dar su saludo de fin de año con “chicanas” a quienes habían pronosticado problemas económicos o sociales.
“¿Te acordás de las tapas de diarios anunciando caídas de reservas? ¿O cuál sería el precio del combustible en diciembre?… Del resto de las catástrofes que anunciaban… y deseaban que sucedieran, mejor ni hablar”, recordó desde su cuenta de Twitter, mientras celebraba el hecho de que los argentinos rankearan terceros entre los que más visitan Miami.
Mientras tanto, el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, se permitía ser sarcástico con los medios de comunicación que minimizaban los logros del Gobierno. Los acusaba de justificar en las lluvias de diciembre la falta de apagones y de no reconocer la inversión de $4.000 millones para mejorar la red.
Pero justo cuando todo parecía redondear un “verano K” perfecto, ocurrió lo inevitable: la realidad vino a desmentir todo.
Primero fue el calor. A pesar de la gran cantidad de porteños que se fueron de la ciudad, alcanzó con que subiera la temperatura por encima de los 30 grados para que volvieran los apagones.
Luego fue la aparición de la crisis más inesperada: la escasez de tampones, un producto de primera necesidad para la higiene femenina y de alta demanda estacional en el verano.
Y así, en pocas horas, lo que parecía bajo control se derrumbó: la falta de este producto se transformó en una noticia internacional, que ameritó nuevamente comparaciones entre la Argentina y la Venezuela bolivariana en la que escasea el papel higiénico.
Para colmo, se formó un mercado paralelo de tampones, con una cotización “blue” de $120 que triplicaba al precio “oficial” de las farmacias.
En otras palabras, la “brecha tampón” saltó al 200 por ciento.
Mientras tanto, los vecinos afectados por los apagones volvieron a cortar las calles. Y esta vez, contrariando su propio discurso, Capitanich dijo que el tema no era asunto del Gobierno sino de las empresas distribuidoras. De todas formas, no se privó de reivindicar cómo el sistema había mejorado.
Mala suerte para el funcionario, esa misma mañana se cortó la luz en las oficinas de los ministros Axel Kicillof y Julio de Vido, ubicadas a una cuadra de la Casa Rosada.
En la búsqueda de un culpable externo
La irritación de Cristina Kirchner ante estos inconvenientes tuvo un síntoma muy claro: la orden a Alejandro Vanoli para que saliera a aclarar que no hubo un “cepo al tampón”.
Es decir, que no se dieron ni limitaciones ni demoras en la provisión de dólares a las empresas importadoras para traer el producto desde el exterior.
Lo insólito de la situación da la medida sobre cómo el tema ha preocupado al Gobierno: debe ser el único caso en la historia mundial de las finanzas en la que un presidente de un Banco Central debe dar explicaciones sobre su inocencia ante una escasez de tampones.
Antes, el secretario de Comercio, Augusto Costa, había culpado a las empresas por falta de previsión y por no ser capaces de resolver sus propios problemas logísticos. Insinuó que la forma de resolver este infortunio sería la implementación de sanciones.
En definitiva, kirchnerismo en su estado puro: ante la aparición de inconvenientes, la reacción instintiva es buscar un culpable externo al Gobierno, ya sea que se trate de faltante de dólares, de cortes de luz, de vehículos para el plan ProCreAuto o… de tampones.
De todas formas, las aclaraciones no parecieron muy convincentes: los empresarios del sector alegan que hubo dificultades en la entrega de divisas para importar, consecuencia de una “cuotificación” impuesta por el Ejecutivo.
“El Banco Central denunciaba reservas entre u$s5.200 y u$s5.500 millones de importaciones ya efectuadas y todavía no pagadas”, afirmó Miguel Ponce, directivo de la Cámara de Importadores hasta el día de ayer.
“El 50% corresponde a la industria automotriz, el 25% a las armadurías de Tierra del Fuego y el resto se distribuye democráticamente entre los otros sectores”, agregó.
Lo cierto es que, a pesar de su alegato de inocencia, el Gobierno debió elaborar un plan de emergencia, que empezó con una reunión entre Capitanich y la Cámara de Importadores.
Allí se habló sobre un sistema para automatizar las 8.000 solicitudes que presentan los empresarios por día, según detalló Diego Pérez Santisteban, presidente de la Cámara de Importadores.
“Nos alegramos por esta convocatoria del jefe de Gabinete. Estas herramientas nos permitirán tener una interacción público-privada más eficaz, atendiendo a los objetivos del Gobierno y de los operadores”, agregó el empresario, en una declaración diplomática que, de todas formas, no oculta su visión respecto de quién tuvo la culpa del incidente.
Devaluando las tesis conspirativas
Más allá de cómo se resuelva la escasez de tampones, lo que el Gobierno no habrá podido evitar es un nuevo golpe a su castigado “relato” político.
Este es uno de los casos más duros para la elaboración del discurso K, porque lo enfrenta a su enemigo más temido: el ridículo.
Bastaba ayer con husmear en Twitter para tener una idea del revés que le significa al Ejecutivo un hecho de este tipo. El tema “tampones” fue “trending topic”.
Los opinadores vocacionales, los políticos opositores, las usuarias enojadas, los humoristas y los confeccionadores de “memes” tuvieron ayer un día de gloria.
Entre los cientos de frases alusivas, se destacaron algunas como:
* “Vos que viajás, traeme un iPhone y una caja de OB” es la frase del verano.
*¡Cambio, dólares, euros, tampones, cambio!
*Ya saben, si no quieren que falten tampones, armen un partido político y ganen las elecciones.
*Estamos tan mal que el opositor que use el slogan “Un país con tampones” gana el voto femenino.
*De los creadores de “sensación de inseguridad”, llega ahora “corrida contra el tampón”.
*Hagamos un esfuerzo, perdonemos a Moreno… #corridadetampones.
Y un largo etcétera.
Pero, sobre todo, si algo quedó en claro es que el folclore político argentino ganó ayer otra frase inmortal, al nivel de “El que apuesta al dólar, pierde”.
Es la denuncia de Augusto Costa sobre una “corrida contra el tampón”, presuntamente con el objetivo de generar inquietud social.
/ iprofesional.com