29-MAR-2014 Las dificultades para llegar a fin de mes, la incertidumbre laboral y hasta la inseguridad son el caldo de cultivo de este problema que padecen cada vez más argentinos e, incluso, a edades más tempranas. Cómo es el perfil del afectado y qué consecuencias genera en su vida cotidiana.
Están las personas que se preocupan y también aquellas que lo hacen por demás. La diferencia entre unas y otras es abismal: mientras que para las primeras es parte de un proceso natural y hasta estratégico, las segundas lo viven como un trastorno que -tarde o temprano- suele derivar en una consulta psicológica.
Las dificultades para llegar a fin de mes, la incertidumbre laboral y hasta la inseguridad que se sufre en todo el país son el caldo de cultivo de este problema que sufren cada vez más argentinos e, incluso, a edades más tempranas.
“De los trastornos de ansiedad, el vinculado con la preocupación excesiva, por motivos que aún no tenemos del todo claro, registra un importante aumento en las consultas“, asegura Daniel Bogiaizian, presidente de la Asociación Argentina de Trastornos por Ansiedad y director del Área Psicoterapéutica de la Asociación Ayuda para el Tratamiento y Prevención de los Trastornos de Ansiedad.
Según confirma el especialista y autor del libro “Preocuparse de más” (editorial Lumen), “antes nos consultaban principalmente por trastornos de pánico, pero ahora se están incrementando las visitas por problemas asociados a la preocupación excesiva“.
Esta última, explica, se nutre de todo aquello relacionado con la incertidumbre. Las personas que sufren dicha perturbación manifiestan un alto grado de intolerancia a los contextos o situaciones inciertas.
A grandes rasgos, los individuos que padecen de sobrepreocupación son aquellos que terminan sufriendo las consecuencias de preocuparse.
“La preocupación es un proceso habitual, normal y estratégico, que nos sirve para confrontar con situaciones problemáticas y tratar de prevenirlas. Sin embargo, el grado de impacto que eso tiene en nosotros es diferente. Mientras algunas personas logran desconectarse de la preocupación, otras continúan enganchadas. Y es, en este último caso, donde hablamos de sobrepreocupación, en la dificultad para controlarla“, explica.
El trabajo, ese lugar donde todo empieza…
La sobrepreocupación laboral es un “clásico”, enfatiza Bogiaizian. De hecho, los primeros síntomas se ven en esta área.
A los consultorios de los profesionales, los afectados llegan tras percibir las primeras dificultades en su trabajo. En la mayoría de los casos, aducen no sentirse tan efectivos.
En diálogo con iProfesional, el presidente de la Asociación Argentina de Trastornos por Ansiedad hace hincapié en que sus pacientes son cada vez más jóvenes.
“Antes rondaban los 40 años pero ahora tenemos casos de 25 y 30 años con este perfil. Son personas de corta edad que ya empiezan a sufrir los efectos de la preocupación excesiva. Ya están insertas en el mercado laboral, son profesionales”, detalla.
Más allá de esto, el problema sigue vigente entre los jefes y los mandos medios que lideran equipos de trabajo.
“Quienes nos consultan suelen ser personas con muchas responsabilidades. Ellos están más expuestos a padecer preocupación excesiva, son más vulnerables porque también es más difícil controlarse”, comenta el especialista.
Sin embargo, la culpa o responsabilidad no es de las empresas, aclara el experto. En palabras de Bogiaizian, “las compañías hacen su parte pero son las personas las que no logramos encontrar el punto adecuado de preocupación”.
“Las organizaciones tienen un manejo impersonal. Los niveles de exigencia son esperables porque ¿quién no quiere vender más u obtener mejores resultados? El tema pasa por cómo cada individuo absorbe ese requerimiento, aquí es donde se puede generar el desajuste”, explica.
Incluso, los que están afectados por este trastorno es porque poseen personalidades muy autoexigentes, cuya performance suele ser más alta de lo esperable.
Las consecuencias
Los síntomas están ligados a la tensión, y son tanto físicos como psíquicos.
Por ejemplo, los primeros pueden ser fatigas, contracturas, dolores de cabeza, mareos, problemas gastrointestinales y afecciones cardiorrespiratorias como taquicardia, entre tantos otros.
También son muy comunes los ataques de miedo, no poder dormir o no lograr un descanso reparatorio.
“Se despiertan varias veces durante la noche. O no pueden reanudar el sueño cuando se interrumpe porque empiezan a pensar en aquellas cosas que les quedaron colgadas y lo que tienen que confrontar al día siguiente. Acá aparece la idea de que durante la noche va a solucionar o mejorar las cosas para el otro día”, enfatiza el autor de “Preocuparse demás”.
Y eso sucede porque en este perfil hay muchas creencias positivas asociadas a la preocupación, es decir, la miran con buenos ojos porque quizá en algún momento les ayudó a sortear una situación compleja o porque creen que así van a poder confrontar mejor los problemas y que van a sufrir menos.
Entonces, explica Bogiaizian, todas esas creencias positivas acerca de la preocupación, en lugar de operar para frenar el proceso, lo perpetúan.
Las conductas exacerbadas
Este trastorno se traduce en “maniobras” tales como, por ejemplo, sobreprepararse para un examen por sentir que no se sabe, que no se va a aprobar. O bien, conductas de sobrechequeo, es decir, revisar excesivamente las cosas por temor a cometer un error.
También se observa en controles médicos muy frecuentes, miedos acerca del estado de salud de las personas queridas o la sobreutilización de los celulares y mensajeros para comprobar que el entorno se encuentre normal.
“Un clásico son los llamados a las cuatro de la madrugada al celular de la hija que se fue a bailar. Si no responde, estas personalidades ya lo viven como la confirmación de una catástrofe porque cuando la preocupación se transforma en un problema se nutre de pensamientos negativos”, ejemplifica el experto.
Al principio pasa desapercibido. Este trastorno, incluso, puede evolucionar durante varios años.
En un primer momento no se siente, pero a la larga se van sufriendo los efectos nocivos. “Pierden, por ejemplo, capacidad de concentración. Se quieren dedicar a algún aspecto vinculado al trabajo pero permanentemente aparecen pensamientos que bombardean con algo vinculado al área de la salud o al bienestar de su familia”, ilustra.
Los afectados llegan a la consulta con un especialista sintiéndose al borde del descontrol, con la sensación que no pueden parar.
Por lo tanto, para que el tratamiento sea exitoso, además de sesiones de psicoterapia -cognitivo comportamental- o incluso la farmacoterapia, es clave la escucha y contención familiar.
/fuente: iprofesional.com