14-FEB-2014 Agitada, la voz saluda desde Inglaterra. Son las 15:30 de un viernes, horario en que se pautó la entrevista. El interlocutor pide perdón cuatro veces. Explica, en su cerrado acento inglés, que está en medio de un deadline. Ofrece reprogramar el llamado para dentro de una hora. Su celular vuelve a sonar a las 16:30. “Fue una semana completamente loca”, se disculpa, de nuevo. Está en un taxi, con su perro, y pide otra vez perdón por los ruidos del tráfico londinense que interferirán en los 20 minutos de conversación. John Micklethwait (51) es el editor Jefe de The Economist. Historiador, trabajó dos años en Chase Manhattan Bank (hoy, JP Morgan Chase). Pero, en 1987, se dejó seducir por la pluma.
La revista británica (autodefinida como diario por su origen en ese formato) lo recibió como corresponsal de finanzas. Lo promovió a editor de la sección Business, le confió la dirección de sus oficinas en Nueva York y lo nombró editor de la sección United States. Lo coronó editor Jefe del semanario, en 2006, y escribió su nombre en uno de los 11 asientos del board de The Economist Group (The World In, Intelligent Life, Economist Intelligence Unit, entre otras publicaciones y empresas), que facturó 346 millones de libras (unos US$ 566 millones) en su último ejercicio, cerrado el 31 de marzo.
Micklethwait cobró 549.000 libras (cerca de US$ 898.000) en 2013, entre sueldos, bonus y beneficios, detalla el grupo en su balance. En sus siete años de gestión, la circulación mundial de The Economist se expandió 35 por ciento, a 1,5 millón de ejemplares por semana, de acuerdo con Audit Bureau of Circulations (ABC), ente que mide la circulación de medios gráficos en el Reino Unido y los Estados Unidos. Sólo en las islas británicas, su promedio de ventas semanales creció 29 por ciento, a 209.274 ejemplares, desde el primer semestre de 2006. Nada mal para un mercado en el que esa ecuación suele dar negativa, desde la explosión digital.
Luego de una visita fugaz a la Argentina, el comandante de The Economist dice sentirse triste por la situación actual del país. “Creía que la Argentina estaba empezando a moverse otra vez. Pero no es lo que encontré”, se lamenta. Desconfía, como tantos otros, de las estadísticas oficiales –el semanario dejó de publicarlas, en 2012– y señala al Gobierno como una de las principales trabas para atraer inversión extranjera. ¿Su diagnóstico? Sin una administración que entienda el capitalismo, el anhelado ingreso de divisas es, simplemente, eso: un deseo.
¿Cómo encontró al país con respecto a su última visita, en 2006?
Había mucha esperanza en la Argentina que dejé detrás. Esta vez, noté mucho pesimismo. Fue extraño pasear por la calle Florida y ver gente vendiendo dólares. Es triste cuando uno tiene que preguntarle a un grupo de economistas en qué números se puede confiar. También, da tristeza consultar cuántas reservas tiene el país. Amo a la Argentina. Pero no soy demasiado optimista, desde el punto de vista de su situación actual.
¿Qué políticas habría que revisar para que ese contexto cambie?
Es difícil saber por dónde empezar. El problema central es que la Argentina necesita empujarse a sí misma hacia una reforma estructural. Eso significa abrir la economía, que el Gobierno interfiera menos, reformar las finanzas públicas y, realmente, empezar a lidiar con estos duros problemas que Cristina Kirchner no parece estar dispuesta a solucionar.
Antes de llegar al país, pasó por Chile y, luego, visitó Brasil. ¿Cómo notó a las economías vecinas, en comparación con la local?
En los últimos años, Chile avanzó mucho. Si bien tiene sus problemas –sobre todo, en el frente político–, parece estar en un estado mucho mejor que el de la Argentina. La gente de negocios está más contenta. Lo más triste, para mí, es que la Argentina podría ser, junto con Brasil y Chile, una gran fuerza de integración. Pero esa posibilidad parece haberse esfumado completamente. El Gobierno está muy enfocado en los asuntos internos.
¿Por qué no llega la inversión extranjera directa?
La Argentina está estancada. Por un lado, tiene a Brasil, que, siempre, va a resultar mucho más atractivo para los inversores porque es mucho más grande. Por otro lado, hay países como Chile y, cada vez más, Perú y Colombia, con mejores administraciones que la argentina. La gente no confía en Cristina, y no es algo que sorprenda. Creo que hay posibilidades de un cambio de gobierno o de algún grado de mejora. Pero es difícil ver, exactamente, qué cosas avanzaron en la Argentina recientemente. (NdR: el país está sexto en el ranking de Inversión Extranjera Directa, lejos del segundo puesto que ostentaba en los ’90).
¿Cree que las expropiaciones de Aerolíneas Argentinas e YPF jugaron un papel determinante en esa pérdida de confianza?
Sí. Hoy, es muy difícil pedirle a un hombre de negocios que confíe en el país.
No me mientas, Argentina
Cada semana, The Economist publica unos 1000 indicadores (PBI, inflación, de-sempleo) de diferentes países a partir de sus estadísticas oficiales. En febrero de 2012, una economía de-sapareció del listado. “Desde 2007, el gobierno argentino informa cifras de inflación que casi nadie cree”, sostuvo un artículo del semanario, titulado “Don’t lie to me, Argentina”. En él, justificó por qué los indicadores locales dejaban de figurar en sus páginas. “Lo que parece haber empezado como un deseo de evitar malos titulares, en un país con historia de hiperinflación, derivó en la degradación del Indec, que solía ser una de las mejores oficinas de estadísticas de América latina”, amplió. “Estamos cansados de ser parte de lo que aparenta ser un intento deliberado de engañar a los votantes y estafar a los inversores”, sentenció.
Creía que la Argentina estaba empezando a moverse otra vez. Pero no es lo que encontré.
¿Cómo hace un país para volver a ser confiable?
(Ríe, como si la respuesta fuera obvia). Publicando las estadísticas correctas. Si el Gobierno puede hacer que The Economist crea en sus números, otros gobiernos también van a creer en ellos. Pero tergiversar los valores de crecimiento no es algo inteligente. Ese, sería el punto de partida.
¿Hasta cuándo se puede gobernar sin blanquear los indicadores reales de una economía?
El Gobierno parece capaz de sobrevivir. Cristina tiene, todavía, un gran poder político. Pero la verdad es que, si la Argentina quiere atraer inversión extranjera, le va a resultar muy difícil. Como contracara, es un país con gente de negocios muy impresionante y una clase intelectual fantástica. Hay muchos aspectos que deberían darle esperanzas. Pero este Gobierno es una gran barrera. Es muy triste que esto ocurra en un país que, el siglo pasado, llegó a ser la sexta economía mundial. De todos modos, sigue teniendo cosas maravillosas, como Lionel Messi (ríe, irónico).
¿Cree que un gobierno populista puede abrirse al mundo globalizado?
Sí. Un ejemplo es lo que hizo Lula, en Brasil. Pero la diferencia entre Lula y Cristina es que él entendía de economía. O entendía más que ella.
¿Por qué cree que Cristina no entiende de economía?
(Hace una pausa). Prefiero dejarlo ahí.
¿Es posible salir del cepo al dólar?
Una vez que un país corrige su economía, todo lo demás empieza a moverse. Pero, si en una de sus calles principales hay gente ofreciendo un cambio diferente al oficial, eso, es un signo de desconfianza. Y no desaparece culpando a otros. Cristina y su marido gobernaron la Argentina por demasiado tiempo. No hay nadie más a quien culpar.
¿Qué noticias locales despiertan mayor interés en el mundo financiero?
La Argentina es un lugar en donde la política influye enormemente en los negocios. Pero un hombre de negocios quiere que la política influya lo menor posible. Hoy, el mayor riesgo para alguien que viaja a la Argentina es política, política y política. El país sigue teniendo recursos naturales fantásticos y trabajadores inteligentes. Pero de nada sirven sin un gobierno que entienda el capitalismo.
Micklethwait interrumpe la conversación. “Por acá está bien. Muchas gracias”, le indica al taxista. Baja del auto unas cuadras antes de su casa para pasear a su perro. Cuenta que la Argentina es el primer país latinoamericano que conoció y el que visitó con mayor frecuencia. “Uno siente que podría irle mejor. Pero estoy seguro de que va a recuperarse”, confía.
Fuente: revista apertura