30 SEP 2014
Nunca será por pura casualidad que por lo menos diez indicadores clave de la economía real caigan simultáneamente, ni que al mismo tiempo suban otros que mejor hubiese sido que no subieran. Y como nada ha sucedido de repente, no hay manera de ocultar que todo forma parte de un proceso de deterioro creciente y crecientemente peligroso en sus consecuencias.
Medido según datos privados y aún por alguno oficial, agosto fue un mes bastante semejante a un agosto negro: –El índice de producción industrial de FIEL cayó 9,7%. Hoy se conocerá el del INDEC, pero ya acumula diez meses seguidos en baja.
–La construcción anotó un retroceso del 3,2% de acuerdo con el índice privado Construya, que se proyectó en otro del 7% para la producción de cemento –Sin freno, la fabricación de autos siguió hundiéndose: esta vez, 34,5%.
–Las ventas del comercio minorista relevadas por CAME marcaron un registro negativo del 9,3% y las de electrodomésticos nada menos que 16%. En los supermercados crecieron diez puntos menos que la inflación, o sea, también bajaron.
–Arrastradas por la recesión y sobre todo por el límite que impone la falta de divisas, las importaciones se desplomaron 20%. A las exportaciones les tocó perder otro 10%.
–Los préstamos para consumo aumentaron 20%, aunque si se los contrasta con la inflación real descendieron alrededor de 10%.
Hasta aquí van diez indicadores. Podría agregarse que en agosto y por primera vez en el año retrocedió la demanda de electricidad; que en términos reales han empezado a bajar los depósitos a plazo fijo, desalentados por tasas de interés que pierden contra la inflación, y que el uso del colectivo en el área metropolitana, una muestra de la situación laboral, viene en declive desde 2013.
Entre lo que sube y mejor hubiese sido que no subiera resalta el 49% que desde comienzos de agosto acumula el contado con liqui, también llamado dólar fuga. Frente a semejante incremento, luce modesto el 12% del blue. También a contramano de lo que vendría bien, cálculos privados revelan que en agosto la cantidad de cheques rechazados creció un 67% contra el mismo mes de 2013 y que el grueso proviene de las pequeñas y medianas empresas.
Tanto número junto abruma hasta al más tolerante, pero así son la cosas en una economía real cada vez más fría, dominada por la incertidumbre y la inestabilidad.
Aunque nadie piense en una crisis terminal, lo que hay ya resulta suficiente como para que el temor a perder el empleo haya escalado al segundo lugar entre las preocupaciones de la gente. Sólo superado por la inseguridad, ha desplazado al tercer puesto a la caída de los ingresos provocada por el avance de los precios.
El Gobierno ha pedido a las empresas que extremen las medidas para evitar despidos, aunque en verdad los hay fuertes en el interior del país y larvadamente en los sectores más visibles a la luz pública. En cambio, abunda todo lo demás: retiros voluntarios, suspensiones, eliminación de turnos y de horas extras, cierres temporarios de plantas y una notoria retracción en la demanda de trabajadores. El saldo arroja, obviamente, menos plata en los bolsillos a fin de mes.
Habría que agregar el impacto de una inflación que le ha recortado unos cinco puntos a los salarios registrados. Sumada al efecto del Impuesto a las Ganancias, la poda llega hasta ocho puntos para sueldos considerados medios y altos.
Todo se proyecta sobre las estructuras gremiales, en las que la conducción vertical comienza a dejar de ser sinónimo del modelo sindical. Ahora existen líneas intermedias que pugnan por desplazar a las antiguas cúpulas y organizaciones de base que cuestionan a unas y a otras.
Es de este cuadro crecientemente complicado el riesgo de que, a medida que el tiempo pasa, empiece a aumentar la conflictividad laboral y social, tal como figura en la agenda de varios gobernadores kirchneristas y en la del propio Daniel Scioli. La inquietud cruza, naturalmente, su futuro político y, de seguido, el de los armados que los sostienen.
Hasta ahora ninguno se ha atrevido a llegar hasta la Presidenta, pero la mayoría, si no todos, ponen la mira en el ministro de Economía. Axel Kicillof ya lleva diez meses en el cargo y unos cuantos más influyendo en las decisiones de Cristina Kirchner: la realidad misma prueba que muchas de las medidas que ha ensayado sólo consiguieron empeorar problemas que pretendían resolver. Aún así, cada vez recibe más poder.
El desacato dictado ayer por el juez Thomas Griesa seguramente alimentará el discurso Patria o Buitres y la confrontación con Estados Unidos y la justicia norteamericana. Pero empeora el panorama exterior y aleja la perspectiva de apelar al crédito internacional, lo cual no parece poco para un país cuyo stock de reservas viene flaqueando sin pausa: en lo que va del año se han perdido cerca de US$ 2.600 millones y 19.000 millones desde que fue implantado el cepo cambiario.
Juan Carlos Fábrega, el jefe del Banco Central, deberá redoblar esfuerzos para contener la sangría. Habrá denuncias y presiones oficiales a la orden del día, aunque si la urgencia impone seguir apretando importaciones, el resultado previsible sacudirá todavía más la actividad económica y el empleo.
Agosto fue un mes bravo para la economía real, los temblores en continuado muestran que septiembre no ha sido mejor y nada presagia un cambio a corto plazo.
No sobran ni oxígeno ni tiempo en el camino al fin de ciclo. Es posible que en algún momento las necesidades políticas le impongan corregir el rumbo y pagar los costos consiguientes, pero así como va, el cristinismo kirchnerismo puede cerrar su paso por la Casa Rosada con un ajuste hecho y derecho provocado por desaciertos de su propia cocina. Bien o mal, el resto mundo seguirá andando.
/fuente: clarin.com