18 ENE 2016.- Las palabras cambian de significado no solamente a través del tiempo, sino debido a la cultura a la que pertenecen. La filología se ocupa de estas cuestiones, por lo que es bueno acudir a un sustantivo que ha tenido amplia vigencia en los últimos días, a partir de algunas decisiones de rescisión o no renovación de contratos en distintos ámbitos organizacionales. Nos referimos a la palabra “ñoqui”.
Surge de una costumbre de nuestra región, proveniente de Italia del siglo VIII que, en caso de respetarse, augura algún tipo de prosperidad económica. El 29 de cada mes debe ponerse debajo de un plato de ñoquis algún billete o moneda. Esta costumbre derivó, en el Cono Sur, de sustantivo a calificativo y no se refiere solamente a un tipo de pasta de harina y manteca, entre otros ingredientes, sino a una condición. Es “ñoqui” todo aquel que pasa cobrar su sueldo los 29, sin hacer ningún trabajo identificable y, lo que es peor, ni siquiera se los ve ese día porque el pago puede hacerse por transferencia bancaria.
Según esta descripción se trata de un ser indigno: un vago, un “acomodado” o un miembro del clientelismo político, cuando es un empleado del Estado. La exuberante presencia del “ñoquismo” masivo de nuestros días obliga a prestar atención a la palabra, ya que implica una relación laboral. Según la segunda acepción del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), es un “empleado público que cobra una remuneración sin asistir al lugar de trabajo ni cumplir ninguna tarea”.
Como ya se sabe, el DRAE siempre va detrás de la historia de la lengua, incorporando términos y acepciones ya establecidas circulando por el habla popular. Esta situación justifica revisar las definiciones, porque el mundo cambia con mayor rapidez que el diccionario. Por empezar subraya la necesidad de ver al empleado asistiendo al lugar de trabajo y sentarse en una silla o ubicarse en algún puesto del taller. En nuestros tiempos, cuando ingresaron con tanta fuerza las facilidades informáticas, el teletrabajo ha pasado a ser un procedimiento habitual en las relaciones contractuales. Cualquiera puede estar en su casa, trabajar durante ocho o más horas por día y enviar su producción por mail, sin necesidad de pasar por la oficina. En poco tiempo más, hasta los operarios podrán controlar los procesos desde su pantalla hogareña.
Ampliando la perspectiva, los “ñoquis” no son propiedad exclusiva del empleo público, lo que denota una primera discriminación. También en la actividad privada hay “ñoquis” en la medida en que no producen resultados, pero permanecen y cobran su sueldo por distintas razones de privilegio. Es verdad que en el Estado se producen con más frecuencia estos desvíos y es necesario corregirlos por el bien de la sociedad toda, pero no es la única organización que los incluye. Por último, la masividad -como cualquier otra decisión que involucre a una multitud de personas- induce a sospechas de discriminación arbitraria porque, precisamente, se trata de personas cuyas historias genéticas y cronológicas, esfuerzos, deseos, sueños y necesidades son diferentes y exclusivas.
Aunque el 99% pertenezca a un tipo determinado de individuos, se justifica el análisis caso por caso, aunque lleve tiempo y dinero, a favor del 1% restante. La ganancia será visible en términos no económicos inmediatos, sino en un plano más valioso y evidente: la confiabilidad en los decisores. Lo mismo vale para cualquier organización, estatal, privada, familiar o lo que sea, y que involucre el trabajo de seres humanos. Es de esperar que el “ñoquismo” no prospere como categoría prejuiciosa, porque remite a tristes prácticas del siglo pasado, supuestamente superadas./lanacion.com.ar
26Nov