22 nov 2016.- El fraude corporativo es el delito elegido por las economías modernas y está presente en todo tipo de organizaciones donde haya dinero u otros bienes; tiene bajo riesgo de descubrimiento, rinde más que un delito violento, con menor riesgo físico, sanciones leves y con mayor impunidad; trae aparejado un beneficio propio o compartido generando pérdidas a la organización; y a pesar que las empresas toman medidas para mitigarlo, lejos de reducirse, tiende a aumentar.
Por otra parte, en relación al Triángulo del Fraude (presión, racionalización y oportunidad, tres componentes enumerados por los especialistas como necesarios para que una persona honesta que trabaja en una empresa decida cometer un ilícito), se está produciendo un cambio de paradigma.
Años atrás, estos tres componentes eran igualmente importantes para que el fraude ocurriera, tan así que se estimaba que los tres debían estar presentes en el perfil del defraudador.
Sin embargo, esto ha cambiado, ya que la presión y la racionalización han perdido protagonismo. Con sólo existir la posibilidad manifiesta de una oportunidad, el defraudador corporativo de estos tiempos estará en condiciones de incurrir en un delito.
Estadísticas internacionales de reconocida trayectoria dan cuenta que la oportunidad se está llevando el 60% del motivo que provoca en la actualidad los fraudes. El perpetrador ya no necesita estar presionado (laboral o personalmente) para cometer el ilícito. Tampoco necesita mentalmente generar un proceso de racionalización psicológica (ej.: “Si mi jefe lo hace, ¿Por qué no lo voy a hacer yo?”).
Lo citado precedentemente lleva inexorablemente a tener que concentrar todos nuestros esfuerzos en implementar un ambiente de control interno robusto que no deje margen para las oportunidades. Será clave estar alertas a los riesgos emergentes, que son los riesgos que aún no hemos detectado.
Otro aspecto interesante para destacar es la edad promedio del perpetrador, la cual se redujo significativamente, según estadísticas mundiales, migrando del rango de 45-50 años a otro de 30-35 años. Especialistas en comportamientos psicológicos afirman que esto se debe a la necesidad de la gente de obtener beneficios patrimoniales en los primeros años de su ciclo laboral, sumado al entusiasmo de las nuevas generaciones por realizar emprendimientos personales, lo cual conlleva la necesidad de obtener rápidamente un capital inicial acorde con dichas ambiciones.
Si bien el Código de Ética y Conducta y el Contrato de Confidencialidad son indispensables, debo destacar que han fracasado, ya que nunca antes hubo tantos fraudes corporativos.
La conclusión es contundente: el personal no ingresa a las empresas para delinquir. Tiempo después, si tiene la oportunidad dentro de un marco de control interno endeble, un porcentaje de empleados tomará la peor decisión, atentar contra la propia Empresa que le abona el sueldo, comenzando a partir de ese instante un camino que casi con seguridad marcará para siempre su destino.
Fuente: / cronista.,com.ar