05 MAY 2015.- Al igual que lo que ocurre en zonas de Tucumán, los bolivianos han tomado el control de la producción de frutas y verduras en Buenos Aires. El diario La Nación publicó al respecto el informe que reproducimos.
Ya es de noche cuando empieza a sentirse el movimiento. Desde lejos se puede oír el ronroneo de motores que atraviesan callecitas de tierra. Camiones, camionetas, colectivos y autos van llenando el estacionamiento. En medio de la oscuridad y el ruido no se adivina lo que hay adentro de los dos inmensos galpones: un recorrido de colores. Verde, rojo, amarillo, naranja, negro, marrón. Adentro el tránsito también es intenso. Cientos de personas empujan carritos que llevan cajones de frutas y verduras. Son las 20 y comienza la hora pico del Mercado Frutihortícola de la Colectividad Boliviana en el barrio Lambertuchi, de Escobar. La misma actividad se repite todos los días desde hace décadas en los mercados de las diferentes localidades que forman parte del cinturón verde de Buenos Aires.
Lo que antes era un trabajo principalmente realizado por inmigrantes italianos y portugueses se convirtió en la especialidad de la comunidad boliviana, que llegó a copar toda la cadena: desde la producción hasta la comercialización mayorista y minorista. Esta colectividad es la responsable de poner frutas y verduras frescas en las mesas de los habitantes de la región Metropolitana de Buenos Aires.
“Durante la mañana y parte de la tarde trabajamos en el cultivo. Después venimos al mercado y nos quedamos hasta que se vende todo, a veces hasta el cierre, a las ocho de la mañana”, cuenta Sixto Tamayo, que tiene un puesto en el Mercado de Escobar junto a su familia. La voz de Sixto apenas se escucha entre los gritos, la música, las conversaciones por Nextel y el constante ajetreo de los carritos que van y vienen.
Según un artículo publicado por Diego Palacios, investigador del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), “más del 80% de la producción de verduras está trabajada por manos bolivianas o por sus descendientes argentinos, quienes comenzaron como peones y medieros, y algunos ya son propietarios y puesteros de mercados”.
El investigador del Instituto del Conurbano (Universidad Nacional Sarmiento) Andrés Barsky y el ingeniero del INTA Pedro Aboitiz detallan que el “30% de todo lo que se come «en fresco» en verduras, frutas y hortalizas proviene de los alrededores de Buenos Aires, donde los bolivianos son responsables del 80%” de la producción. Si bien la informalidad en el sector hace difícil determinar con precisión el volumen de producción de las quintas bolivianas del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), Barsky considera razonable estimar entre 200 y 250.000 toneladas anuales.
MERCADOS
Los principales mercados mayoristas, más allá del Mercado Central, están en Quilmes, Almirante Brown, Tres de Febrero, Beccar-San Isidro, San Fernando, Berazategui, San Martín, Avellaneda, Valentín Alsina-Lanús, Haedo-Morón, La Plata, Florencio Varela, Moreno, Pilar, Escobar, Luján y Pablo Podestá y Lomas del Mirador, en La Matanza. “Estos cuatro últimos son operados exclusivamente por integrantes de la colectividad boliviana, siendo el más antiguo el del partido de Escobar”, explica Palacios.
Lechuga, tomate, radicheta, berenjena, apio, rúcula, pimientos, zapallitos, brócoli, repollo son algunas de las verduras que se pueden conseguir en estos centros comerciales, que proveen a supermercados, restaurantes y verdulerías no sólo de Buenos Aires sino de varios puntos del país. La comunidad boliviana también trabaja en los cinturones verdes de Mar del Plata, Córdoba, Rosario y en algunos sectores del norte del país.
El último Censo Nacional (2010) indica que en la Argentina hay unos 345.272 inmigrantes bolivianos. Un informe de la Organización Internacional para las Migraciones en Argentina detalla que el 68,2% de ellos se concentran entre el AMBA y la región pampeana y un 14,4% en el Noroeste. Parte de esta colectividad está en las provincias de la zona cuyana (como Mendoza: 7,9%) y se ha desplazado hacia las de la Patagonia (Chubut, Río Negro, Neuquén, Santa Cruz; 5,4% en total).
Además de la horticultura, los bolivianos se han insertado en el trabajo textil, en la fabricación de ladrillos, en el servicio doméstico y en la construcción. Y han incursionado también en la floricultura.
Roberto Benencia, investigador del Conicet, denominó “escalera boliviana” al proceso de movilidad social ascendente de esta colectividad. Dentro de la horticultura la mayoría comienza como peón, luego se transforman en medieros (un patrón pone la tierra y la mitad del capital, y se queda con el 50% de las ganancias), muchos logran pasar a ser arrendatarios y sólo unos pocos alcanzan a comprar su propio terreno para cultivar.
El precio del alquiler varía de acuerdo a la calidad de la tierra, la cercanía de la ruta y otros factores. “Por ejemplo, un predio de 9 hectáreas a unas 20 cuadras del asfalto puede costar unos 3800 pesos por mes”, explica Aboitiz, del INTA.
Guillermo Nina llegó a la Argentina desde Potosí hace 47 años. En Escobar comenzó a trabajar como peón para un quintero portugués. “Trabajé muchos años, muy duro. En esa época se cosechaba hasta con linternas”, cuenta. Hoy es dueño de un terreno, que dividió en varias porciones para alquilarles a otros quinteros bolivianos. “Me gané lo que tengo con el sudor de mi frente”, dice.
A veces, Guillermo lleva a sus nietos a la quinta y les explica qué es cada una de las verduras que se están cultivando. “Tienen que aprender; algún día serán ellos los que continúen nuestro trabajo”, dice.
Casi todo el dinero que una familia recauda en la comercialización es invertido en continuar la producción. Se puede ver a los quinteros con modernas camionetas, pero sus casas suelen ser pequeñas y humildes, y ocupan una mínima porción del terreno, que es dedicado en su mayor parte al cultivo en invernáculos y a cielo abierto.
“Me gané lo que tengo con el sudor de mi frente”
Aurelio Flores alquila junto a su familia unas dos hectáreas. Allí tiene su cultivo bajo cubierta, otra porción a cielo abierto y una parte vacía. “No podemos sembrar todo el terreno porque nos falta plata. No tenemos para comprar las semillas, ni un tractor, hacemos todo el trabajo a mano”, dice.
A unos metros de Aurelio, su mujer y otra pariente sacan con pequeñas palitas los yuyos que rodean los cultivos. Con pañuelos y gorras se cubren del sol que, a pesar de que avanza el otoño a veces pega duro. Las mujeres caminan agachadas, tirando de los yuyos, arrastrando lentamente los pies calzados con ojotas.
“Es un trabajo muy agotador. Ganamos apenas para comer, pero nunca sobra para guardar”, dice Aurelio. Él y su familia construyeron en la quinta una pequeña casilla de madera y chapas.
LOS OBSTÁCULOS
El espacio que ocupan las quintas del cinturón verde bonaerense ha ido disminuyendo. “Con los emprendimientos inmobiliarios, el valor de la tierra sube y eso, sumado a la informalidad en los arrendamientos, hace que los horticultores se trasladen cada vez más lejos. Además de perjudicarlos a ellos, sin duda esto encarece el producto”, explica Carolina Feito, investigadora del Conicet.
Otro problema que enfrentan a diario los horticultores bolivianos son los robos. “Asaltan las quintas y se llevan todo lo que recaudamos. Son robos cada vez más violentos, incluso algunos terminaron en asesinatos”, relata Abraham Guerra, quintero y dueño de un puesto en el Mercado. Otro comerciante boliviano explica que no se animan a denunciar por temor a represalias. “No podemos confiar ni en la policía. Estos robos no salen en los diarios, nadie hace nada para detenerlos”, se lamenta este hombre, que prefiere el anonimato, “por las dudas”.
Asaltan las quintas
Si bien en la última década muchos inmigrantes lograron regularizar su situación, aún hay familias enteras que no tienen documento.
“No se han desarrollado mecanismos concretos que faciliten la real integración de los inmigrantes por parte de los municipios”, explica Gonzalo Lantarón, coordinador del Programa de Ciudadanía del Instituto Abierto para el Desarrollo y Estudio de Políticas Públicas (Iadepp).
“Municipios como el de Escobar, donde existe un fuerte flujo de población boliviana, constituyen un claro caso de migración exitosa. Llama la atención que no haya un área específica dedicada a resolver las dificultades de este sector de la población”, señala Lantarón.
El vicecónsul de Bolivia en Pilar, Gonzalo Calderón, explica que en los últimos años la inmigración desde Bolivia se ha estancado un poco, “por un lado porque el cepo cambiario les complica la situación económica, pero también porque las cosas en Bolivia han mejorado y muchos eligen quedarse en su país”.
Fuente: Lanacion.com.ar