08-OCT-2014 Entrevistado por el neurocientífico Facundo Manes, el filósofo Mario Bunge aseguró que no se publican noticias sobre la Argentina en el mundo salvo que haya una catástrofe. Analizaron los problemas en la educación y debatieron sobre el conocimiento.
Bajo la consigna “Cerebros argentinos. Una cita con la inteligencia”, el físico, matemático y filósofo Mario Bunge y el neurocientífico Facundo Manes mantuvieron una charla en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, convocados por la revista Noticias en el marco de las celebraciones por sus 25 años. Con la lucidez y fina ironía que lo caracterizan, Bunge -quien a sus 95 años reside en Canadá- hizo un repaso, guiado por Manes, de su libro Memorias entre dos mundos, que por estos días presenta en la Argentina, en un recorrido en el que no faltaron reflexiones sobre política, educación, la actualidad del país y el papel de la memoria.
Con más de 50 años de residencia en Canadá, Bunge hizo una pintura emotiva de la Argentina que añora: “Hay algo que no he encontrado en ninguna parte. Yo echo de menos al venteveo, al hornero, al tero. Echo de menos las pampas… Las pampas son únicas; montañas hay en todas partes… las lagunas argentinas que se llenan de pájaros cuando caen las tardes son únicas”, explicó, y agregó que añora “la facilidad con la que uno se hace de amigos (y enemigos) en este país”.
Por contraste, para el reconocido filósofo de las ciencias “Canadá es un país conocido por ser aburrido. No se esperan golpes de Estado, ni serían posibles. La gente es más tranquila y tenemos un sistema parlamentarista no presidencialista como la Argentina, que se presta a la dictadura. Desgraciadamente los argentinos, lo mismo que los demás latinoamericanos y los africanos, copiaron la constitución norteamericana en lugar de copiar la inglesa, que es mucho más democrática, porque el gobierno está siendo examinado diariamente durante el período de sesiones. Hay que rendir cuentas. Aquí nadie rinde cuentas de nada”.
“¿Cómo ve la Argentina actual?”, preguntó Manes en este punto a Bunge. “No la veo. Fijesé que yo vivo a 10.000 kilómetros de distancia: no se publican noticias de la Argentina a menos que sean grandes catástrofes. La Argentina no cuenta, a diferencia de lo que pasaba hace 100 años. Hace 100 años la Argentina era una tierra promisoria, como lo era Canadá y Australia. Hoy a Argentina no vienen inmigrantes de Europa como venían de a centenares de miles, no es una tierra de promisión. Muchos incluso preguntan dónde queda la Argentina, o algunos -me acuerdo cómo me irritaba cuando empecé a enseñar en Estados Unidos- me decían: ‘Ah… Argentina, sí, ese país lleno de vacas donde se come steaks buenos. A mí me daba mucha rabia, porque yo tenía una visión, tal vez falsa, pero una visión diferente de la Argentina como un país progresista donde los científicos, los técnicos y los políticos tenían posibilidades de hacer algo por el país. En todo caso estoy muy mal informado sobre la Argentina, de modo que no deberían creerme nada de lo que yo diga sobre la situación de Argentina y menos aún sobre el futuro. La bola de cristal se me rompió hace muchos años”, respondió Bunge.
“Los estadistas ya no son estadistas, sino que son políticos que piensan en las próximas elecciones; su horizonte es a tres o cuatro años, el resto no lo piensan, no se ocupan”, lamentó Bunge al ser consultado por el lugar que la educación tiene en la Argentina. “La educación es capital, primero, porque hace a la gente más feliz; segundo, porque facilita la vida, y tercero porque permite acceder a la riqueza de la cultura universal”, afirmó y sostuvo que “los planes de estudio suelen cambiarse cada tanto sin el menor efecto. ¿Por qué? Porque no se cambia ni a los maestros ni a los chicos. Un chico desnutrido, lleno de parásitos, en cuya casa no hay un lugar donde recogerse, donde sentarse a escribir y pensar por cuenta propia, un chico que no tiene motivación porque sabe o intuye que cuando termine su curso va a estar sin empleo, porque tampoco lo tienen sus padres… El problema de la educación, como todos los problemas sociales, es un problema sistémico, no es un problema local, hay que abordarlo junto con otros”.
Al respecto, Manes agregó que “una revolución educativa no va a pasar por un nuevo Sarmiento, va a pasar por el contacto entre el docente y el alumno. Y el docente puede tener el programa A, B o C, pero si no motiva, no inspira, el alumno no aprende. Hoy sabemos que el ser humano aprende cuando estamos inspirados, motivados”.
El neurocientífico destacó el papel de la creatividad en la educación y señaló que “una de las características en las cuales se genera creatividad -hay muchas- es equivocarse. Nadie ha creado grandes cosas si no se ha equivocado. Y el sistema educativo a nivel global y la sociedad castigan el error”. En ese sentido, Bunge agregó que “las sociedades son casi siempre conservadoras porque es más cómodo seguir haciendo lo de siempre que enfrentar los peligros que acarrea toda innovación. Hay que arriesgarse pero no hay que improvisar: muchas veces las reformas que introducen los gobiernos son improvisadas porque no consultan a los expertos o consultan a expertos que no son tales. Por ejemplo, la mayor parte de los economistas no estudian la realidad económica sino que estudian textos escritos hace más de 100 años que no tienen nada que ver con la realidad”.
Ante la consulta de Manes sobre el lugar de la política en el pensamiento, Bunge no dudó en asociarla al aspecto creativo. “Todos los primates superiores, y aun los muy superiores como usted, somos animales políticos. El chimpancé está constantemente mirando qué hacen los otros y tratando de hacer alianzas para desmontar al macho alfa de su trono. Está constantemente pendiente de lo que hacen los demás y trata de influenciarlos. Pero la política, además de este lado contencioso -la lucha por el poder-, tiene otro lado: desde la fundación del Estado, hace 5 mil años, junto con la defensa de la civilización, la política tiene también el lado constructivo. Es decir, alguien tiene que velar por el bien común. No solamente preservar el bien que nos legaron nuestros padres, sino también crear, construir nuevas calles, nuevos puentes, nuevas escuelas, nuevos museos, nuevas organizaciones. Y esa es la parte más interesante”, sostuvo Bunge.
“Usted cuenta en el libro que cuando estudiaba fundó la Universidad Obrera, porque creía que si la sociedad le había pagado la universidad, usted debía devolverle algo. ¿Hoy usted sigue pensando que la sociedad argentina le dio algo?”, indagó Manes. “Seguramente. La educación en la Argentina es gratuita. En Estados Unidos la colegiatura o los aranceles universitarios de las mejores universidades cuestan 50 o 60 mil dólares por año, a lo que hay que agregar los gastos de mantenimiento. Son universidades elitistas en el sentido económico de la palabra. Aquí los hijos de inmigrantes podían ir a la universidad, podían graduarse, podían doctorarse, gratuitamente. Está lleno de casos de familias numerosas casi todos cuyos hijos se graduaban en la universidad. Eso sería imposible en los Estados Unidos. Pero se paga un costo muy alto por eso. La universidad gratuita es una universidad pobre, es una universidad que no tiene dinero para instalar laboratorios, ni tiene dinero para pagar salarios adecuados a sus profesores. Hay que hacer pagar aranceles a quienes pueden pagarlo. En el 55 con unos amigos elaboramos un proyecto que quisimos hacer llegar al gobierno -no llegó-, un proyecto por el cual la universidad seguía siendo gratuita pero se hacía pagar un arancel de acuerdo con los ingresos declarados en la declaración de réditos. Eso era un poco idealista, porque la mayor parte de la gente mete la mula. Pero la idea era esa: que pague el que pueda”, respondió Bunge.
Sobre la memoria
En una charla entre un filósofo presentando sus memorias con un neurocientífico, no podía faltar una reflexión sobre memoria y el recuerdo. Así, Manes explicó que “la memoria humana son como islas en océanos de olvido: recordamos muy pocas cosas de la vida, olvidamos casi todo. Otra cosa que sabemos de la memoria es que cada vez que la evocamos, la podemos modificar. En términos de la neurociencia, nuestra memoria no es tanto el hecho que vivimos sino el último recuerdo, porque cada vez que evocamos algo se hace inestable y se vuelve a guardar. García Márquez decía que la vida no es la que vivimos sino la que recordamos para contar”.
En el mismo sentido, Bunge sostuvo que “la memoria es constructiva, no es menos registro de acontecimientos, sino que nosotros la vamos cambiando, porque lo que recordamos con el cerebro pero el cerebro va cambiando y va modificando el registro”. “Recordamos mucho más de lo que pensamos. (…) Tengo conciencia de que he olvidado la mayor parte de las cosas que he aprendido, pero puedo reconstruirlas. Me acuerdo el último examen que di de Geofísica, me preguntó el examinador -que era un tipo muy aburrido- una cosa y le contesté: ‘no lo recuerdo pero puedo reconstruirlo’. ‘Pero usted lo tendría que saber de memoria’, me respondió. ‘Sé algo más importante que el recuerdo: sé reconstruirlo, sé demostrarlo en este momento’, le contesté”.
Fuente: Infobae