04 agos 2016.- Según las recientes encuestas, sobre una muestra promedio de personas, el 10% no cometerá fraude, un 10% si lo hará y un 80% lo haría eventualmente, en función a presiones, necesidades u oportunidades. En este contexto se presenta el desafío de entender que la detección y prevención de actividades fraudulentas están orientadas a un 90% de la población.
Toda acción que es contraria a la verdad, a la ética, a los valores y a la moral, cuyo fin es el enriquecimiento personal obtenido mediante un perjuicio de índole económico efectuado a una persona u organización se denomina Fraude, que también abarca el abuso o mal uso de los bienes de un tercero en beneficio personal. Por este motivo, se lo considera un fenómeno social instalado en nuestra vida cotidiana y en el seno de la sociedad. Su ejecución se compone de un elemento cultural de carácter permanente que corresponde al ambiente social y otro factor circunstancial propio de las particularidades de cada individuo.
Hay distintas motivaciones para cometer fraude. Pueden estar relacionadas con una actitud directa y proclive a defraudar o con aspectos coyunturales relacionados con presiones y/u oportunidades.
Existen determinadas motivaciones del ‘defraudador nato’ para tener en cuenta: desobediencia a la autoridad, reglamentos y políticas, egocentrismo y hambre de poder, codicia, gratificación instantánea, derecho de uso y de abuso, carencia de miedo al castigo y otras similares. Como así también existen aquellos fraudes que se cometen por oportunidad, necesidad o presión y se observan: dificultades financieras y familiares, alto nivel de deudas personales, constante presión financiera, ludopatías y adicciones, desequilibrios emocionales, doble vida, entre otros. No obstante, conviene aclarar que estas características no son rígidas ni excluyentes de cada uno, sino que pueden entrelazarse entre sí.
La mayoría de los defraudadores exhiben rasgos de comportamiento que pueden servir como señales de advertencia de sus acciones: el incremento patrimonial injustificado, extravagante estilo de vida, permanente actitud defensiva o irritable, adicciones a compras, consumo de artículos de lujo, vehículos y viajes exóticos, inversiones por fuera del lógico alcance económico, pagos súbitos de deudas a largo plazo, entre otros.
La sociedad debería reflexionar en primera instancia sobre la ‘intención’ de un cambio cultural, realizando acciones para prevenir, detectar y neutralizar las prácticas fraudulentas denunciando y penalizando a quién las comete.
También desde las empresas es importante implementar el desarrollo e instauración de políticas que desalienten tales actividades, con un seguimiento responsable de sus recursos humanos y de las tareas que realizan, propias y/o con terceros, articulando todos los recursos de control interno vigentes y a implementar.
La lucha contra este flagelo social es multifacética, dado que el mismo subyace en la propia esencia del individuo, por lo cual se impone un ejercicio de introspección personal sobre nuestros valores genuinos de transparencia e integridad.
(*)MARÍA LAURA CASTRO BERASAIN
Socia del Instituto de Auditores Internos de Argentina
Fuente: / cronista.com.ar