28-FEB-2014 La semana pasada, casi todos los medios de comunicación informaron quePrecios OK, una aplicación para teléfonos móviles desarrollada por dos jóvenes estudiantes de ingeniería informática de la UBA, había alcanzado las 245.000 descargas en el Google Play Store, la tienda de aplicaciones del sistema operativo Android. No es Flappy Bird pero es un número interesante. Más aún si se tiene en cuenta el particular servicio que ofrece. Mediante la lectura del código de barras, Precios OK identifica si un producto está incluido o no en el programa Precios Cuidados. Si el valor está por encima del acordado, la aplicación también permite realizar la denuncia correspondiente. Las 245.000 descargas acumuladas al 15 de febrero último colocaban a Precios OK como la cuarta aplicación más popular de Argentina, por encima de Twitter, Instagram o Candy Crush. Una semana después, cuando la venta multimillonaria de Whatsapp y la posterior caída de su servicio, empujó la descarga de aplicaciones de mensajería alternativas como Telegram o Line, Precios OK aún se mantenía en el Top Ten de las descargas locales.
Si la fantasía nos dejara ponerle rostro humano a esas 245.000 descargas es probable que los perfiles oscilen entre a- usuarios curiosos que bajan aplicaciones para testearlas, b- ciudadanos que militan la aplicación y la utilizan para corroborar el cumplimiento del acuerdo, o c- personas con un uso de aplicaciones móviles muy integrado a su vida cotidiana que recurren a Precios OK para sus compras semanales de la misma forma en que utilizan Whataspp para coordinar el fútbol de los domingos. En cualquier caso, su éxito, sostenido también en una amplia difusión mediática, revela un escenario: hoy dos jóvenes estudiantes de ingeniera deciden desarrollar una aplicación asociada a un acuerdo de precios entre el Gobierno Nacional y las principales cadenas de supermercados; hoy 245.000 argentinos deciden descargar una aplicación para consultar los precios de determinados productos. La vida digital es otro termómetro posible para medir la forma actual del debate y las preocupaciones político-económicas de los argentinos.
Pero todo esto también permite ver cómo la articulación entre contexto económico, debate político y vida digital construye nuevas lógicas de participación ciudadana. Por estos días se llevó a cabo la segunda jornada conocida como “Apagón de Consumo”. La iniciativa, que propone no consumir en supermercados y estaciones de servicios durante todo un día, surgió a partir de un grupo de usuarios de Facebook y se extendió a distintos rincones de la sociedad. Un amigo economista, con el que me estuve escribiendo mucho en estas últimas semanas, no sólo por el signo de los tiempos sino porque está en Brasil haciendo un doctorado, me habló de dos experiencias ciudadanas nacidas en el rincón carioca de Mark Zuckerberg: “Río Surreal” e “Isoporzinho”. La primera se dedica a denunciar los aumentos de precios generados por la inminencia del turismo mundialista; la segunda agrega a eso una propuesta: no comprar en negocios y llevar la vianda en “isoporzinhos”, es decir, pequeñas heladeras térmicas. Si bien parten de coyunturas económicas y políticas diferentes, la apelación a una nueva “conciencia del consumidor” y el combate contra los aumentos de precios parece rozar de forma similar el corazón de una región en movimiento tras una década de crecimiento.
A pesar de hablar de soportes diferentes -por un lado una aplicación móvil, por el otro una serie de grupos de Facebook-, estas experiencias digitales permiten pensar en cosas parecidas. ¿Qué lleva a Yamila y Alejandro -los dos jóvenes estudiantes de ingeniería informática- a desarrollar Precios OK? ¿Qué lleva a una persona que ante la pregunta iniciática de Facebook –”¿Qué estás pensando?”– piensa que está todo muy caro, que hay “especulación” de parte de los supermercados y decide crear un grupo para denunciar aumentos de precios? La vieja sensación de que las nuevas tecnologías amplían las plataformas de intervención, que ponen a un click de distancia la posibilidad de promover iniciativas que articulen o complementen herramientas políticas de mayor alcance.
El control de precios o los grupos de consumidores no reemplazan políticas económicas de largo plazo; no son acuerdos políticos con sectores claves de la economía ni herramientas lo suficientemente potentes como para horadar la concentración empresarial -eso está claro. Son potencialmente útiles, sí, para problematizar el consumo zombie alentando una nueva “conciencia” de los usuarios, para poner en escena una de las capas más sensibles de la puja distributiva y como instrumento para determinados segmentos de la cadena de valor de difícil acceso para la mano enorme y callosa del Estado. Articulan y complementan. Identificando su lugar particular, ofrecen instrumentos para acercar políticas públicas -el celular como base de datos y ventanilla de consulta para los beneficiarios de tal o cual programa-, y permiten entender por dónde pasa hoy el debate político y económico, y por dónde circulan, también hoy, las distintas preocupaciones de los que descargan, compran y votan.
/ telam.com.ar