“Un idiota es aquel que no aprende del pasado, un desinformado que no escucha al informado, un idiota por debajo del nivel, un idiota es el que cree que todos son idiotas menos él”… La letra de Calle 13 puede ser un reflejo de que Tucumán es una provincia que no aprende del pasado y todos los veranos tiene los mismos problemas, poca autocrítica y por lo tanto menos soluciones.
Las inundaciones de cada año, ya sea en el sur de la provincia como ahora en la zona este, se transformaron en “normales” y no sorprenden ni movilizan como en otros años la solidaridad de los tucumanos. Este problema de cada verano no encuentra soluciones de fondo porque no encuentra responsables, porque nadie quiere hacerse cargo de este flagelo que deja a familias evacuadas, caminos destrozados, millones destinados en recursos sociales y un sistema productivo rural devastado. Cuando no hay coincidencia entre el color político provincial-nacional la culpa es del otro, acusaciones cruzadas acerca de que los fondos no llegan o de que los fondos están pero no los proyectos. Cuando hay coincidencia y afinidad entre los ejecutivos las acusaciones van desde el cambio climático, los desmontes o las plantaciones de soja. Lo cierto es que sucede cada año, cada año aumenta y se encuentra consuelo en que a las otras provincias norteñas también son afectadas. A diferencia de las localidades del sur del país, que se preparan para el invierno, aquí no nos preparamos para el verano. Aquí se espera que llegue el otoño y el problema se traslada al año siguiente, siendo tal el punto de falta de planificación que, apenas terminadas las tormentas, no vuelven a formar parte del discurso de los gobernantes y ya en marzo nos olvidamos de lo que pasó en enero y febrero, porque llegan nuevos problemas.
Nadie puede negar que estamos hablando de la necesidad de inversiones millonarias, porque como no se fueron haciendo planificadamente con el correr de los años, los problemas en las distintas zonas se fueron acumulando y nos lleva a una situación donde el agua ya nos llegó al cuello.
Problemas de salud
El verano, con las tormentas, no solo trae problemas de anegamiento, evacuados y asistencialismo. Cuando el agua baja, o antes de que lo haga, las epidemias comienzan a cobrar la importancia que debieron haber tenido desde un primer momento. Mientras todo el país se encuentra expectante acerca de la llegada del coronavirus, un problema de todos los veranos sale nuevamente en el país: Dengue, Chikungunya y Zika. Comienzan las fumigaciones, las campañas de concientización y los desmalezamientos, pero siempre con el problema ya instalado, no como tarea preventiva. Así, en la provincia ya se contabilizan una veintena de casos confirmados de dengue y nuevamente la culpa es del otro: desde el Ejecutivo provincial acusan a la Administración Nacional anterior de no haber llevado a cabo políticas de salud que permitan frenar la enfermedad, aunque se trate de una enfermedad para la que no hay vacunas y que tiene como principal punto de prevención la erradicación de lugares con aguas estancadas, lugares donde el mosquito transmisor se reproduce, lugares que se multiplican en la provincia luego de las inundaciones y que también se forman por el otro flagelo producido por el agua en la provincia, pero esta vez no se trata de un fenómeno de la naturaleza, sino de la falta de obras de la Sociedad de Aguas del Tucumán, con caños de agua potable y cloacales reventados a lo largo de toda la provincia. Pero ese problema no es de este o de otros veranos, sino de todo el año y del paisaje cotidiano en Tucumán.