19 DIC 2014 La mayoría de los años son frenéticos en términos editoriales. Contra lo que indican los pronósticos agoreros sobre el futuro de los libros en papel, no existen los años abúlicos. El período que se cierra este mes puede destacarse por un puñado de libros atractivos, bien visibles en los anaqueles de las librerías, y otros que asoman sin estrépito, como si quisieran decantar su valor en el futuro.
Parece justicia entonces que el Premio Nobel de Literatura 2014 haya recaído en un autor como el francés Patrick Modiano, creador de una obra que excede la individualidad de un solo libro y fue tallada con timidez a lo largo del tiempo. Su discurso al recibir el galardón versó justamente sobre su recato, sobre lo mucho que le cuesta hablar en público y cómo esa inclinación determinó su vocación literaria: “Pertenezco a una generación en la que los niños no eran vistos ni oídos salvo en raras ocasiones y eso sólo después de pedir permiso.” La decisión de la academia sueca tuvo una virtud colateral: volvió a poner en circulación las dispersas novelas de Modiano, entre otros En el café de la juventud perdida y Dora Bruder.
La doble hélice que componen las editoriales tradicionales, hoy bajo égida multinacional, y las medianas (como Adriana Hidalgo Editora, que cumplió 15 años de sostenida labor), por un lado, y las independientes, que siguen usufructuado de manera creativa las ventajas de los blogs y la recomendación entre pares lectores y críticos, por otro, sigue tan activa como siempre.
Julio Cortázar, de cuyo nacimiento se celebró el centenario, solía decir que cierto sentimiento pudoroso determinaba que no abundara en la literatura argentina lo autobiográfico y lo confesional. Este año, como si buscara contradecir esa frase, vio justamente la publicación del primer tomo de los Diarios (Alfaguara) de uno de los grandes narradores argentinos: Abelardo Castillo. En un género paralelo -el epistolar- se publicó la nueva versión, ampliada, de las cartas de Alejandra Pizarnik (Alfaguara), que permite profundizar en su vida y obra.
La novela policial encontró su mejor representante en El puñal (Planeta), de Jorge Fernández Díaz, una obra en que la trama se ve enriquecida por un singular manejo del lenguaje coloquial y un tratamiento preciso y sorprendente de la actualidad política, algo poco frecuente en nuestra literatura. El libro se ha convertido en un fenómeno de ventas y encabeza desde hace semanas las lista de best sellers. También el periodista Ernesto Tenembaum alude, aunque en otro tono, a la actualidad en Una mujer única.
Otros escritores que se han destacado son Samantha Schweblin con su relato de terror Distancia de rescate (Random House); María Sonia Cristoff con Inclúyanme afuera (Mardulce); y Gustavo Ferreyra con La familia (Alfaguara), larga novela que abarca un siglo y busca reivindicar, de manera absolutamente ácida y personal, la riqueza de las narraciones extensas.
Otros libros que vale la pena nombrar son En ausencia de guerra (Tusquets), de Edgardo Cozarinsky; Los inmortales (Emecé), de Claudio Zeiger; La historia de Roque Rey (Eterna Cadencia), de Ricardo Romero, otra narración extensa y a contracorriente; y las inoxidables historias de César Aira (en particular Biografía, publicada por Mansalva).
Martín Caparrós publicó El hambre (Planeta), una dura crónica ensayística y testimonial; Beatriz Sarlo, Viajes (Seix Barral), libro en el que reflexiona sobre diversas travesías que fueron significativas a lo largo de su vida; y Christian Ferrer, La amargura metódica (Sudamericana), una biografía apasionada, con muchos datos novedosos, sobre Ezequiel Martínez Estrada, el autor deRadiografía de la pampa, del que este año se cumplieron cincuenta años de la muerte. La participación de San Pablo como ciudad invitada de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires no sólo permitió el intercambio con el público argentino. Gracias a ese acontecimiento, llegaron a las librerías libros de autores centrales de esa cultura y poco conocidos entre nosotros, como Marcelino Freire, Ricardo Lísias o Férrez.
La literatura extranjera vio la vuelta de algunos de sus popes. Milan Kundera volvió al ruedo de la ficción después de más de una década con un libro breve e irónico: La fiesta de la insignificancia(Tusquets). Julian Barnes dio a conocer Niveles de vida (Anagrama), una narración sencilla pero conmovedora, en la que homenajea a su mujer, fallecida hace poco. Se publicaron las últimas novelas de los estadounidenses Thomas Pynchon (Al límite, Tusquets), del gran James Salter (Es todo lo que hay, Salamandra) y Árbol de humo (Random House), la más ambiciosa ficción de Denis Johnson, que transcurre durante la Guerra de Vietnam.
El francés Patrick Deville sorprendió con Peste y cólera (Anagrama), sobre la fascinante y aventurera vida de un discípulo de Pasteur, y se conoció Nos vemos allá arriba (Salamandra), la novela picaresca de Pierre Lemaitre que transcurre durante (y después) de la Primera Guerra Mundial.
Ese conflicto bélico, de cuyo inicio se cumplió el centenario, dio lugar a la publicación de gran cantidad de ensayos históricos, que subrayaron la centralidad que tuvo para el futuro del siglo esa guerra brutal.
En el rubro dedicado al arte, hubo libros deliciosos. En Bresson por Bresson (El Cuenco de Plata), se reunieron las entrevistas que concedió durante toda su vida el director francés, y en Herzog por Herzog (El Cuenco de Plata), puede leerse el extenso y revelador diálogo que el crítico Paul Cronin mantuvo con el creador de Fitzcarraldo. Boris Groys se dedicó a analizar la recepción del arte actual en Volverse público (Caja Negra) y se publicó un nutrido volumen, Las ideologías de la teoría(Eterna Cadencia), que reúne artículos de Fredric Jameson, uno de los grandes críticos culturales contemporáneos.
En el terreno del ensayo científico, el fenómeno excluyente fue la cantidad (y las buenas ventas) de los libros dedicados a la neurociencias, un tema que parece haber fascinado al gran público.
/fuente: lanacion.com.ar