11 NOV 2014 El sobreviviente de la tragedia de los Andes y consultor afirma que hay que concentrarse en el presente para alcanzar objetivos
“Todos tenemos nuestras montañas”, sentencia Pedro. Sus palabras pesan más. Hace 40 años, cuando él tenía 19, pasó 72 días perdido en el Valle de las Lágrimas en los Andes, con sus compañeros del equipo de rugby uruguayo Old Christians. Tras vivir la tragedia, ya en su vida normal, aconseja: “Lo único que podemos hacer es empezar a caminar”.
Luego de haber ocupado cargos ejecutivos en Techint, Quilmes y Peñaflor, Pedro Algorta es actualmente consultor en liderazgo adaptativo. “Todas las carreras tienen montañas con subidas y bajadas”, afirma sobre el mercado laboral el autor del flamante libro Las montañas siguen allí.
Algorta no fue uno de los que realizó la salvadora expedición por las montañas, como Nando Parrado o Roberto Canessa. Pero aclara: “No es necesario ser jefe para realizar los actos de liderazgo necesarios para que los grupos hagan las cosas que tienen que hacer”.
¿Por qué hasta ahora había decidido no hablar de su experiencia en los Andes?
Me llevó 35 años cicatrizar las heridas de los Andes. En realidad, es el tiempo que me llevó ocuparme de hacer mi vida normal. Llegó la hora de ocuparme de la montaña. Hay tres libros que no interpretan la forma en que viví la montaña. Para mí, la experiencia tenía otro sentido y sentí que tenía que contarlo.
¿Cuán importante es contar la historia desde las emociones?
Cuento todo con el corazón en la mano. Muestro mis vulnerabilidades. Soy honesto. No pretendo ser quien no fui, ni en la montaña ni en mi vida empresarial. Para poder transmitir algo, para lograr un cambio, uno no puede llegar con la cabeza. Tiene que ir con la emoción.
-¿Cómo utilizás tu experiencias a nivel empresarial?
-Soy un tipo de empresa, por eso puedo interpretar esta experiencia bajo esa luz. Pero este es un libro para toda la gente. Cuenta cómo sacamos fuerza de la adversidad para vivir. No dependíamos de los de afuera, por lo que la fuerza sale de adentro de uno. Esa automotivación que es necesaria para levantarse y sobrevivir todos los días. Las carreras empresarias son como las montañas. Con subidas y bajadas. No conozco a nadie que haya tenido una carrera lineal, sin dificultades, y las escuelas no te preparan para eso. Y la vida es así. En algún momento te vas a caer en un avión. Lo importante es que una vez que te caigas te agrupes, te encuentres con vos mismo y empieces a caminar. Se puede salir de todas las crisis. Así es la vida, con subidas y bajadas. Los Andes no fueron mis únicas montañas.
-En un momento hablás de la máquina de supervivencia como un fenómeno colectivo. ¿Cuán importante fue el trabajo en equipo en los Andes?
-Porque cada uno luchaba por sobrevivir, trabajamos en equipo. No somos un ejemplo de generosidad. Sabíamos que si queríamos trabajar en equipo teníamos que trabajar entre todos. Hubieron errores, dificultades, tensiones, todo lo que aparece cuando los equipos luchan para adaptarse a situaciones difíciles. Pero hay que desmitificar esto. Volverlo humano. No elegí con quién me caí en los Andes. De la misma manera que uno no elige a su familia, hermanos ni muchas veces en tu vida laboral elegís con quién trabajás. Eso de que uno puede elegir sus colaboradores es muy relativo. La clave fue cómo supimos extraer lo mejor y necesario de cada uno para el grupo. Hay que tomar a la gente con quien está y sacar de ellos lo mejor. Cada uno tiene enormes potencialidades y esas son las que hay que trabajar. No podés esperar a armar un equipo perfecto. Nosotros fuimos un ejemplo de chicos comunes perdidos en las montañas, que se ponen a trabajar. No sabíamos si nos íbamos a salvar o no. Trabajábamos como si nos fuéramos a salvar. Muchas veces en las empresas te ponen mucho el foco en un objetivo y se olvidan del cómo tenés que hacer para alcanzarlo.
– ¿No se te pasó por la mente dejarte morir, dada la magnitud de la tragedia?
– Jamás. Y ninguno de nosotros lo pensó. Siempre quisimos vivir. Eramos jóvenes y teníamos la vida por delante. Hubo un momento en que estuve a punto de morirme tapado por la nieve.me entregué, me estaba asfixiando y justo me abren la boca entra el aire.y vuelve la fuerza.
– ¿Por qué algunos sobrevivieron y otros no?
– No lo sé. Estoy contento de haber sobrevivido yo. Es una pregunta sin respuesta. No tengo una responsabilidad adicional por los que no volvieron. Lo importante es la increíble posibilidad de vivir vidas normales que tuvimos.
En tu libro hablás muy abiertamente sobre el tema de la antropofagia
Me pareció importante contar todo para que la gente entienda que lo nuestro no era un picnic, sino una situación absolutamente límite. Al princio sabíamos de quiénes eran los cuerpos. Los cuerpos de la hermana y la madre de Nando Parrado no los tocamos. Pero eso era hasta que hubiera necesidad. El pacto de que cada uno iba a entregar su cuerpo cuando muriera es el folclore. Pero no era necesario. Son las racionalizaciones que hicimos allí y hacemos hoy. Lo hicimos porque queríamos vivir, teníamos hambre. Al principio tenia un poco de impresión, pero al final no había problema.
En el libro se habla de la actitud diaria frente al trabajo.
-Gracias a que el trabajo fue día a día es que estuvo enfocado en la supervivencia. Eran trabajos pequeños. No salimos de los Andes porque teníamos grandes estrategias, sino porque día a día nos fuimos encargando y animando a sobrevivir. Si hubiésemos olvidado el presente no hubiésemos salido.
¿Cuál era tu rol grupal?
Era un poco el bohemio, el intelectual del grupo. A 400 metros eso no servía para mucho. Pero me destaqué porque trabajaba mucho y eso tenía su efecto sobre los otros miembros del grupo.
¿Quién ejercía el liderazgo?
-Éramos un equipo de rugby y teníamos una figura de autoridad que sabía cómo conducir un equipo en la cancha y en el tercer tiempo, con sus códigos y conductas. Era nuestro jefe. Pero cuando caímos en la montaña no teníamos un equipo de rugby enfrente; teníamos una montaña, el hambre, el frío y la hostilidad del lugar. Las reglas del rugby no servían. Hubo que generar nuevas aptitudes y capacidades para resolver el desafío. Ahí, distintas personas, desde sus fortalezas y debilidades relativas, dieron el paso al vacío y se hicieron cargo de las situaciones. Con errores y aciertos, el grupo se adaptó. Yo veo una diferencia entre la autoridad y el liderazgo. La figura de autoridad era el capitán. Los líderes, en cambio, son aquellos que hicieron acciones de liderazgo, lo que significaba hacer trabajar al grupo en los temas complicados que estábamos enfrentando. En cambio, Nando y Roberto son nuestros héroes, quienes se sacrificaron por el grupo e hicieron lo increíble.
-¿Cuando te hablan de estrés laboral te morías de risa?
(Risas) ?No. Me angustio. Lo bueno es que pudimos volver a la normalidad y me preocupan las cosas pequeñas como a los demás. Todos tenemos nuestras montañas. Y lo único que podemos hacer es empezar a caminar, y ver cómo las subimos y las pasamos.
/fuente: lanacion.com.ar