28 OCT 2014 Desde el exterior, “el iceberg” o “la nube” -como lo llama su creador, el famoso arquitecto canadiense Frank Ghery- provoca el efecto de una aparición feérica. La Fundación Louis Vuitton, dedicada al arte contemporáneo e inaugurada ayer en París, es como una gigantesca nave envuelta por 12 inmensas velas de vidrio, posada entre la vegetación de los bosques de Boulogne. El presidente François Hollande estrenó oficialmente -ya antes, entre el viernes y el domingo, cerca de 25.000 personas se precipitaron a darle la bienvenida- los 12.000 metros cuadrados de oníricas curvas instalados sobre un espejo de agua, que se elevan a 48 metros de altura. Un gesto arquitectónico audaz como la capital francesa no había visto desde hacía mucho tiempo.
El edificio imaginado por Ghery es la primera obra de arte de la Fundación, que consagra una exposición a su génesis. Compuestas de 3800 paneles serigrafiados, las velas están despegadas del edificio y sostenidas por un sofisticado juego de vigas de acero y madera. En la cúspide, varias grandes terrazas, conectadas por escaleras en diferentes niveles, permiten descubrir los rascacielos del barrio de la Défense y la torre Eiffel. En la proa de la nave, un auditorio vidriado da sobre una inmensa escalera por donde una cascada desciende hacia el espejo de agua que rodea el edificio.
Todos esos esfuerzos hacia una complejidad sin precedente sólo son posibles gracias a la utilización masiva del cálculo informático. El arquitecto, que ya va por los 85, usó un programa de la industria aeronáutica antes de desarrollar su propio sistema, Digital Project, que le permite calcular cada elemento y consigue cuestionar las leyes que rigen la concepción de un edificio, ya se trate de la fachada o del techo.
“Desde el primer momento, supimos que no contábamos con la tecnología para construir este edificio”, reconoce Jean-Paul Claverie, consejero de Bernard Arnault, presidente del imperio del lujo LVMH, iniciador del proyecto. Fueron necesarios dos años de investigación y un equipo de más de un centenar de ingenieros para inventar una tecnología capaz de traducir los gestos del artista.
Las cifras dan vértigo: 3500 metros cuadrados de galerías por 11.700 m2 de superficie útil. El edificio puede recibir 1600 personas simultáneamente y espera entre 700.000 y 800.000 visitantes por año en sus 11 salas de exposición. Cuatro son particularmente grandes y una es a cielo abierto. También hay un espacio de conciertos, un restaurante, una librería y tres terrazas.
Nadie conoce, por el momento, el presupuesto ni el costo de esta monumental iniciativa, financiada por las diferentes sociedades del grupo LVMH. Primera fortuna de Francia, el zar del lujo también es uno de los principales coleccionistas de arte contemporáneo de Europa.
Para la apertura, la directora artística de la Fundación, Suzanne Pagé, encargó seis obras: el artista islandés Olafur Eliasson -que tendrá su propia exposición en el nuevo museo en diciembre- concibió una suerte de caleidoscopio de espejos rodeados de una atmósfera luminosa amarilla, que se refleja en las aguas del espejo de agua. Chistian Boltanski, Pierre Huyghe, Gerhard Richter y Thomas Schütte -con un impresionante Hombre en el barro- y el argentino Adrián Villar Rojas forman parte de esta primera muestra.
En una nota de evaluación, el psicólogo de Frank Ghery lo calificó alguna vez de “antidepresivo arquitectural”. Al terminar el recorrido por el edificio, perplejo o fascinado por el gigantismo en movimiento, el visitante de la Fundación Louis Vuitton sólo puede darle la razón.
UN ARGENTINO EN LA MUESTRA DEBUT
Where the Slaves live (2014), en la terraza del edificio, es una escultura multicolor de Adrián Villar Rojas. Asume la forma de un objeto misterioso: un molde de las piernas del artista inmersas en algo semejante a una cisterna. La obra está constituida por capas de materia orgánica y mineral, “como un objeto vivo”
/fuente: lanacion.com.ar